Con la ola de nacionalismo, xenofobia y proteccionismo que se desató el año pasado con la victoria del Brexit en Gran Bretaña y de Trump en Estados Unidos, han devenido múltiples hipótesis por parte del mundo académico y de los medios de comunicación para explicar las causas de estos fenómenos. A grandes rasgos, el consenso parece apuntar a que la creciente desigualdad, producto de una globalización que trajo más perdedores que ganadores, es la raíz de todos los problemas. Mucho se habla en Estados Unidos acerca de como el 1% de la población tiene el 20% de la riqueza del país (Stiglitz, EPI), y de como la mediana de ingresos de EEUU (el salario de la clase media) es casi exactamente el mismo desde hace 25 años (íbid).
Aunque esto suene como una explicación convincente, solamente evidencia el síntoma de la enfermedad que ahora padece un sistema que nació torcido: maximizar los ingresos, a como de lugar; en vez de consolidar valores humanos para buscar el desarrollo económico. Como señala Pankaj Miskra, desde la caída del muro de Berlín en 1989, y con ello la alternativa socialista, surgió el consenso a nivel mundial de que el único camino a seguir era el de una economía de libre mercado globalizada. Bajo este escenario, el objetivo de todos los países era impulsar su crecimiento económico para lograr converger a un estándar de riqueza que permitiera maximizar el consumo de la población. En este escenario utópico, el crecimiento de los ingresos serviría como el remedio para todos los males: ya no habría guerra, pues los países tendrían incentivos para comerciar entre sí y aumentar su riqueza; ya no habrían conflictos sociales, pues la economía de mercado aseguraría que hubiese oportunidades para que todos pudieran desarrollarse; ya no habrían instituciones extractivas (Acemoglu y Robinson), pues la correlación entre el crecimiento económico y la democracia es alta, y por ello, las dictaduras, oligarquías u otras formas de autoritarismo y concentración del poder en manos de unos pocos habrían de desaparecer.
¿Qué es lo que había de suceder cuando el proyecto de lograr la riqueza universal fallase? Lo que era de esperarse: el surgimiento de pulsiones humanas que terminan en violencia, bajo las manos de quienes no pueden dejar pasar ligeramente un fenómeno como la desigualdad. Un ejemplo reciente de ello es la discordancia de ideologías entre los grupos a favor y en contra de posturas radicales como la elección de Trump, la cual desató violentas protestas en los días siguientes a la investidura presidencial en EEUU.
La búsqueda de la riqueza universal, sin importar los medios, no ha probado ser un proyecto exitoso, y esto se manifiesta en diversos defectos del sistema actual. De estos, abordaré solamente cuatro, aunque la vida humana es compleja y se pueden pensar en muchos más. A nivel de personas, está la deshumanización del trabajo y la existencia de un consumismo irracional; mientras que a nivel de países, está el desentendimiento de los peligros medioambientales del capitalismo, y las paulatinas crisis financieras.
1. Deshumanización del trabajo
Lo que idealmente debería ser concebido como una actividad de dignificación del ser humano es universalmente reconocido como una carga. Las publicaciones que evidencian este descontento global son innumerables tanto en el Perú, como en el mundo. En general, la gente contempla el trabajo como una actividad que restringe las horas de ocio, en las que se disfruta de una mejor calidad de vida. Para empeorar las cosas, este fenómeno, en vez de ser aminorado, es exacerbado por otro con el que guarda una relación estrecha: la educación. Como desarrollé en otros artículos, muchas personas sufren de una indecisión altísima a la hora de elegir qué estudiar, y cuando por fin toman una decisión, se ven desmotivados con el aprendizaje gracias a que el sistema actual no incentiva su interés genuino por aprender. Bajo un esquema diferente, la curiosidad intelectual podría impulsar a que los estudiantes vislumbren oportunidades donde hoy no existen, y así se vean estimulados a trabajar para lograr hitos importantes, en vez de simplemente adquirir calificaciones suficientes para señalizarse en el mercado laboral y conseguir empleo (es decir, que haya un mayor interés por la ciencia y la investigación).
2. Consumismo irracional
La economía moderna trata de medir la calidad de vida mediante el volumen de consumo anual de las personas, ya que se asume que alguien que consume más está “mejor” que alguien que consume menos. E.F. Schumacher argumenta que esto es inherentemente errado: el consumo es tan solo un medio para el bienestar humano, por lo que el objetivo debería ser obtener el máximo de satisfacción con la cantidad mínima de consumo. ¿Pero se llega en algún momento a alcanzar un máximo de satisfacción? La evidencia parece apuntar a que no, o al menos eso parece. Shiller y Akerlof, argumentan justamente que los mercados están diseñados de tal forma que los vendedores buscan explotar las debilidades sicológicas y la ignorancia del consumidor para lucrar. De esta forma, se llega a un equilibrio en el que el consumo efectivo es mayor al consumo deseado.
Esta escena de “El lobo de Wall Street” representa genialmente como, a veces, la gente compra productos que en verdad no quiere al dejarse llevar por las “trampas del mercado”.
3. Peligros medioambientales
En agregado, el sueldo que se recibe en compensación de la desutilidad que produce trabajar es destinado al consumo desenfrenado de muchas variedades de productos. Para atender a esta demanda, la oferta necesita tener una capacidad de producción que se de abasto, y en la base de esto se encuentra el uso de los combustibles fósiles. Si se mantienen las tendencias actuales, el petróleo se acabará por el 2050, y tendrá que ser sustituido otras fuentes de energía como el gas o el carbón, cuyo tiempo esperado de vida no va más allá del 2100. ¿Y luego? Habrá que esperar que surja otra fuente de energía (quizás nuclear). El tema de fondo es que la economía trata a los bienes de acuerdo a su valor de mercado, y no de acuerdo a lo intrínsecamente son. Por ello, se valoriza de la misma forma a bienes primarios, los que el hombre tiene que obtener de la naturaleza, que a los bienes secundarios, los cuales presuponen la existencia de los primeros (en otras palabras, tanto los productos de materia prima como los manufacturados se valorizan según su escasez relativa, pero esto es falaz porque los primeros pueden ser no renovables). Si es que es un acto de demasiado cinismo pensar que los recursos no renovables como los combustibles fósiles se pueden acabar (porque la ciencia encontrará la salvación), al menos hay que concordar en que su creciente escasez inminentemente traerá conflictos por acapararlos.
4. Crisis financieras
Como dicen Shiller y Akerlof, todas las crisis son diferentes, pero a la vez todas son iguales. En los tiempos previos a las crisis, se convence a los consumidores de que los activos que están en venta esta vez “sí son buenos”, y hay un periodo de euforia y optimismo. En los 20s fueron los fósforos suecos, en los 90s los dot-coms, en los 2000s los hipotecas subprime. Pero luego se descubre una burbuja, y el precio inflado de los activos cae al suelo, trayendo abajo consigo el valor de los activos de la economía en general, y creando con ello pérdida de confianza y desempleo.
En conclusión…
¿Realmente podemos decir que la desigualdad es causante de la oleada de nacionalismo, xenofobia y proteccionismo que se está viendo? ¿No es acaso la punta del iceberg de una problemática más compleja del sistema actual post guerra fría? Pankaj Miskra llama a esta era The Age of Anger, lo cual parece ser un nombre adecuado, aunque bien podría ser la Era de la deshumanización. El último siglo ha dejado al hombre más rico, pero quizás también, más confundido que nunca. Por mientras vive bajo un esquema en el que tiene dificultades para elegir qué estudiar y no tiene motivación genuina por aprender; sufre por trabajar y espera en compensación un salario que retribuya dicho sacrificio; una vez que lo obtiene, tiene que sortear las mil trampas del mercado que buscan orientarlo a consumir cosas que en realidad no quiere (¿o acaso la gente quiere perder plata?); y este consumo desenfrenado trae problemas para la sociedad en conjunto tanto medioambientales como financieros. La desigualdad solamente es un síntoma de esta enfermedad profunda, en la que el descontento por no haber alcanzado la riqueza universal ha llevado que se opten por posturas radicales como el Brexit y Trump. Pero los motivos subyacentes son más complejos: la utopía del sistema actual es que todos puedan vivir al nivel del 1% actual, pero el mundo no puede sostener esos estándares de vida. Si no se empieza prestar mayor atención a estos defectos del sistema, podrán venir tiempos buenos por choques positivos a la economía mundial (gracias a la tecnología), pero serán también recurrentes los periodos malos en donde los desilusionados reaccionen intempestiva (y a veces violentamente). Un verdadero desarrollo debe optar por consolidar los valores humanos, pues el crecimiento económico no resolverá estos problemas por sí solo.
A modo de aclaración…
No es mi intención decir que la economía global de libre mercado no sirve. Haciendo una simplificación bastante rápida y general, la mayoría podría concordar en que el mundo nunca ha estado mejor, y que en gran medida es gracias a este sistema. Pero esto no debería ser motivo suficiente para negar que aún hay graves falencias que pueden ser corregidas. En teoría, siempre se debería poder aprender y reaprender cómo vivir mejor.
Libros referenciales:
El precio de la desigualdad (Joseph Stiglitz)
The Age of Anger (Pankaj Miskra)
Why Nations Fail? (Acemoglu y Robinson)
Phishing for Phools (Shiller y Akerlof)
Small is Beautiful (E.F. Schumacher)