Nuestro amor a los sentidos despierta el deseo de los hombres por saber; de ellos, nuestro favorito es la vista pues aquel nos hace conocer más. Expuestos ante las formas, colores y texturas, los humanos vivimos con imágenes y recuerdos desde donde nace la experiencia. Para Aristóteles, el arte surge a causa de muchas observaciones experimentales y como una noción universal sobre los casos semejantes. A partir de aquí trazamos dos distinciones: las artes necesarias para la vida y aquellas que la adornan.
La obra de arte no puede responder a una utilidad, así como los objetos útiles no pueden reclamar la particularidad que le corresponde a la obra de arte. Sin embargo, y es a lo que apunta la presente reflexión, existe una problemática que sobrepasa estos dos aspectos y que, más allá de glorificar artefactos corrientes –por ejemplo el uso del ready-made (el acto de proponer como artístico cualquier objeto encontrado bajo una idea conceptual)–, pone en jaque al espectador a quien Gilles Lipovetsky le ha llamado el Narciso atormentado para caracterizar la personalidad del hombre posmoderno.
Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, propone al sujeto del rendimiento como aquel que «está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De esta manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, solo a sí mismo». Este personaje es el nuevo consumidor de arte, se autocomplace con la autoexigencia y la admiración que cause en sí mismo a través de lo efímero, lo barato y lo rápido. Así, aquel vive en una realidad desnuda –esto es, se preocupa solo por su persona–, carente de creencias y condenada al egocentrismo; por consiguiente, busca un arte fugaz, que sacie su hambre de inmediatez, y por ello no puede encontrar placer más reconfortante que en el arte inmediato. Ante la pérdida de su naturaleza contemplativa, el hombre cansado se siente desorbitado, puesto que todo cuanto consume lo encuentra en aquello que atiborre su hedonismo hasta el punto de hostigarse.
En efecto, hace mucho tiempo que dejamos de hablar de mecenas y artistas es tan obsoleto usar dichos términos que incluso podrían reírse de la idea, mas es preciso anotar que esta antigua dinámica entre el artista y su público ha sido del todo reemplazada por nuevas formas de comercializar el arte. Ahora, el Narciso atormentado está inmerso en la actividad artística, no siendo solo usuario, sino también ejecutando un innovador sistema de consumo: la seducción.
¿Qué lo seduce?
Sin ir demasiado lejos, lo seduce la política y la sociedad del Perú, concretamente. Al estar alerta, el Narciso es seducido por las noticias pregúntate qué tan rápido compartes un storie candente en instagram, mientras más insólito mejor ya que ve en ellas la oportunidad de expresarse mientras que transmite el mensaje de otros; el objetivo es pues, sin duda de índole crítica y denunciante. El Narciso busca el más simple y atractivo objeto artístico, de fácil comprensión, pero lo más valioso es que sea transgresor y revolucionario, nuevo y elocuente, expresivo e integrador. Continúa así nuestro interminable diálogo sobre qué es arte en tiempos de post e hipermodernidad, realidad en la cual aparece la moda del grupo social, el following de ideologías. A todo eso se le añade las tendencias en el exquisito mundo influencer.
¿Existe entonces el nuevo artista? Diversos sociólogos del arte como el francés Pierre Bourdieu no consideran ya el arte y la sociedad, ni el arte en la sociedad, sino el arte como sociedad en donde el campo de producción artística funciona mientras se integran los agentes productores, el público y los agentes interpretativos y valorativos. La fuerza del hábito ciudadano es tan poderosa tal cual lo es la política y sus diferentes armas, de las cuales la más imperante actualmente es la ideología impuesta a través del arte moderno y contemporáneo. De este modo, consumimos lo que queremos, quedamos absortos ante la gran cantidad de imágenes muchas veces ininteligibles, pero en la que de todos modos nos sentimos identificados.
Vivimos en el imperio de lo efímero, de la moda, del lujo emocional y experimental. ¿Es acaso necesario decodificar nuevos algoritmos que limiten qué es arte y que no puede ser? No es mi intención preponderar mi crítica teórica, pero algo está sucediendo que nos arrebata todo aspecto humano y sensible, sin ser conscientes de que es un llamado al voto, y estamos en camino a la rebelión en la granja en donde no distinguiremos quién es quién puesto que formamos parte de ese precario mercado. Sí, se está haciendo un arte de la promoción social que trae el pasado al presente paradójico para mentalizarnos a desear cada vez más la transformación cúantos juegos de palabras se nos pueden ocurrir de lo tradicional por lo progresista, el tan acogido libertarianismo traducido como la anti-cultura, el completo rechazo a las tradiciones y raíces tanto culturales, pero sobre todo religiosas. Son, pues, los nuevos juegos de seducción.
La fuerza del hábito es eso, un hábito, y como tal cuesta trabajo y tiempo impregnarse de nuevas mentalidades, pero mientras estas sean atractivas y alimenten el hambre que nosotros mismos hemos creado, no hay mayor inconveniente. Precisamente en ello reside la dejadez del individuo actual: ya no sabemos mirar; es decir, fijar con atención nuestra mirada en un objeto para así conocerlo. Esta es finalmente nuestra época, en donde existe la contradicción de «ver más cosas» cuando en realidad «miramos menos las cosas»
Edición: Kelly Perez
Muy interesante