A menos de una semana de las elecciones en Estados Unidos, la derrota del presidente Donald Trump, parece un hecho consumado. La mayoría de encuestas, tanto a nivel nacional como estatal, otorgan a su rival del Partido Demócrata, el ex vicepresidente Joe Biden, una amplia ventaja. Incluso, estados históricamente republicanos como Arizona o Texas podrían dar la sorpresa y facilitar la victoria de Biden. El propio Trump, quien no es conocido precisamente por su humildad, ha reconocido que se siente “muy presionado” para ganar. Según CTV News, le habría confesado en privado a los donantes de su campaña que difícilmente el Partido Republicano mantendría el control del Senado.
De hecho, algunos republicanos, anticipándose a la catástrofe, ya se desmarcan de Trump. Es el caso de los senadores Martha McSally y Ben Sasse. Este último, llegó más lejos y aseguró que Trump “coquetea con supremacistas blancos y besa los zapatos de dictadores”. Y es que cuando el barco se hunde, las ratas huyen.
¿Pero por qué tantos estados que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca en el 2016 hoy lo han abandonado? A continuación, un repaso de los motivos que han producido el enorme desgaste que ha sufrido el presidente.
La gestión de la pandemia
Con casi nueve millones de infectados y más de 225 000 muertes, Estados Unidos es uno de los países más afectados por la pandemia de covid-19. A diferencia de otros países de Europa o Asia, el país norteamericano nunca pudo controlar la epidemia. Y el presidente Trump tiene parte de culpa de este desastre.
Desde que comenzó el brote del covid-19 en China, varios asesores del Gobierno le pedían a Trump tomar con seriedad el asunto. Pero hasta mediados de mayo, Trump aseguraba en todos los medios que el virus no era nada de lo que había que preocuparse, pese a que por aquel entonces, ya se reportaba miles de muertes a causa de la enfermedad. De hecho, Trump animaba a todos a “seguir con su vida con normalidad” y afirmaba reiteradamente, sin sustento científico, que el virus “se iría con el fin invierno”.
Estados Unidos nunca entró en un confinamiento total porque el presidente no tiene facultad para eso, por lo que era el gobernador de cada estado el que decidía si implementaba la cuarentena o no. Sin embargo, Donald Trump se opuso tajantemente a los confinamientos estatales. Su argumento era que “la cura no puede ser peor que la enfermedad”. Desde su cuenta de Twitter, animaba a la gente a desobedecer las órdenes de confinamiento.
A la vez, como parte de su campaña para la reelección, ha participado en mítines multitudinarios, ignorando las recomendaciones del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC). Como se sabe, el propio Trump se enfermó de covid-19, desatando varios contagios en la Casa Blanca.
La crisis social
El asesinato del afroamericano George Floyd por parte de un grupo de policías, a plena luz del día y cuando se encontraba bajo custodia, desató una ola de protestas en todo el país. La mayoría de estas manifestaciones fueron pacíficas, pero también hubo algunas violentas. La respuesta del presidente norteamericano a estas últimas, fue acusar a los manifestantes de “terroristas” y ordenar una represión excesivamente agresiva por parte de la policía, que incluso empleó gases lacrimógenos.
Cuando un grupo de protestantes en Washington D.C. intentó llegar a la Casa Blanca, la familia presidencial se escondió en un búnker. Al día siguiente, el presidente posó en la fachada de una Iglesia con una Biblia en la mano luego de que la policía dispersara violentamente a un grupo de manifestantes. “¡Ley y orden!”, bramaba a través de su cuenta de Twitter.
Los analistas coinciden en que la pésima gestión de esta crisis movilizará el voto afroamericano, que siempre ha sido consistentemente demócrata.
El control de la Corte Suprema
Haciendo oídos sordos al último deseo de la fallecida jueza progresista Ruth Bader Ginsburg, Trump nominó a Amy Coney Barrett como su reemplazo en la Corte Suprema de Estados Unidos. Aprobada su nominación, el pasado lunes, por la mayoría republicana del Senado, la incorporación de Coney Barrett acaba con el equilibrio entre progresistas y conservadores del máximo órgano de justicia de Estados Unidos, inclinando la balanza a favor de estos últimos.
Su nombramiento es especialmente polémico porque se produce en medio de las elecciones y, de acuerdo con diversas encuestas, la mayoría de estadounidenses opina que debía ser el ganador de los comicios el que nominara al reemplazo de Ginsburg.
Los demócratas temen que la nueva composición de la Corte Suprema implique un retroceso en los derechos civiles ganados en los últimos años como la despenalización del aborto, el matrimonio igualitario y el Obamacare. Esto es percibido como un acto de prepotencia por parte de Trump y los republicanos. Los demócratas están enfurecidos y el hashtag #VoteThemOut se hizo viral en redes sociales.
Por último, otro factor a tener en cuenta es que Joe Biden se encuentra alejado del sector más izquierdista del Partido Demócrata. El hecho de ser moderado, le facilita conseguir votos de los republicanos descontentos con Trump. En cualquier caso, el pobre desempeño del presidente ha enfurecido a la mayoría de estadounidenses. Se espera una gran movilización de votantes demócratas. Salvo algún imprevisto, lo más probable es que el próximo año la Casa Blanca tenga un nuevo inquilino.
Edición: María Fernanda Tumbalobos