Hace unos días, mientras cenaba con mi madre, la miré fijamente a los ojos y entonces le pregunté: mamá, si mueres antes que yo, ¿nos volveremos a ver? Ella quedó perpleja ante semejante y tan inesperada pregunta. No supo qué decir. Tampoco es que esperara una respuesta certera, pero su silencio dijo más que cualquier palabra. Una profunda tristeza e incertidumbre me invadió. 

Algunos hemos experimentado la muerte de cerca tras la pérdida de algún ser querido. Después de que se va, compruebas que nunca son suficientes los besos y abrazos que puedes dar. Que la vida se puede acabar en un instante. Y que ese instante se convierte en el más doloroso de todos. Y que no existe “palabra de consuelo” que pueda aliviar la pena que hoy sientes: que su muerte no se supera, –mucho menos se olvida–, sino que se aprende a vivir con ella; con la esperanza de que esa persona está en un mejor lugar. Porque aún te cuesta entender y no encuentras respuestas.

Ahora, cuando ves su habitación vacía y todas sus cosas intactas encima de la cama, te das cuenta del poco valor y trascendencia que tienen las cosas materiales y que, a pesar de ello, nos seguimos aferrando a ellas. Así que decides invertir tu dinero en algo mejor: experiencias, las cuales llevarás contigo por el resto de tu vida; y dejas de comprar ropa y artefactos lujosos, pues ellos se quedan en la tierra cuando tú te vas. Y que todo tiene sentido: vive cada día como si fuese el último porque así aprovecharás cada instante.

Al mismo tiempo, mientras leías los historiales antiguos en tu celular, encontraste una conversación que tuvieron, la cual fue, por cierto, una discusión que los llevó a perder el contacto por más de dos semanas. Pero lo que más te sorprendió es que había un mensaje que dejaste pendiente y este decía:disculpa mi actitud en estos últimos días. Te quiero y me duele tu ausencia Y no la enviaste porque pensaste que él se debía disculpar primero: él “debía” dar el primer paso. Fue en ese preciso momento –y aunque bastante tarde– que te diste cuenta de que no vale la pena guardar rencor, al extremo de no dirigirse la palabra por tanto tiempo, porque, justamente, esa palabra que –por enojo u orgullo– dejaste de decir, puede ser la última. Y nunca te imaginabas cuán arrepentida ibas a estar ahora.

No esperemos que un ser querido nos deje para entender la magnitud de la muerte y de lo inevitable que es para cada uno de nosotros. Aunque no debemos que levantarnos en la mañana pensando ella, por el desgaste mental que esto implicaría, considero que es vital considerar esta frase de André Malraux: “la muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida”; pero también en la medida que nos hace actuar y hacer algo al respecto. Porque HOY es el mejor momento para pedir perdón, para dar ese abrazo, retomar el contacto y  hacer, de nuestras vidas, ese gran cambio.