En los últimos diez años, la deserción escolar se ha reducido significativamente en el país. Lamentablemente, debido a la COVID-19, es muy probable que esta tendencia se revierta. A pesar de los esfuerzos del Ministerio de Educación, la realidad social y económica del país ha desencadenado que cerca de 300,000 escolares abandone la educación básica y, con ello, se acentúe la brecha educativa ya existente. Hoy en Freak te explicaremos como la deserción representa un problema educativo en riesgo de agravarse como resultado de la pandemia.
Para comprender por qué ocurre el problema, resulta pertinente definir qué es la deserción escolar. De acuerdo con el portal Escale, la tasa de deserción escolar acumulada se mide como la proporción de estudiantes que no culmino la educación primaria o secundaria, o solo culminó la educación primaria, y no se matriculó en curso en el nivel correspondiente, independientemente del año en que interrumpió sus estudios (Minedu, 2010). Pero ¿por qué esto representa un problema grave para el país? En palabras del investigador Santiago Cueto, si un joven abandona la escuela, resulta una tragedia que perjudicará sus habilidades para desenvolverse como adulto y limitará sus posibilidades de generar ingresos.
Ahora que conocemos algunas consecuencias de la deserción, a través de un modelo económico, Gracias Eco 1 entenderemos cómo la pandemia ha intensificado este problema educativo. Por un lado, tenemos la oferta educativa, la cual está sostenida principalmente en el gasto público destinado al sector. Este gasto se vuelve tangible en la infraestructura educativa, los docentes y los recursos educativos adicionales. Además de ello, y aunque solo se pueda percibir a través de evaluaciones, la oferta educativa también está constituida por la calidad de la prestación del servicio, por ejemplo, la calidad de los contenidos o la habilidad de los profesores para transmitir conocimientos.
Con el inicio de la pandemia, una de las primeras medidas de prevención de contagios fue el cierre de los centros escolares. Ello constituye una limitante de la oferta educativa ya que, a pesar de que existe infraestructura en el país, los estudiantes no pueden hacer uso de ella. Desde casa, gran número de escolares presenta problemas para acceder al contenido educativo, por ejemplo, la ausencia de equipos electrónicos, la falta de una conexión adecuada a internet o un ambiente de estudio inadecuado. En consecuencia, incluso asumiendo que la calidad del servicio educativo está siendo adecuada ASUMIENDO, si los estudiantes no pueden acceder a él es como cocinar un buen ceviche y que nadie se lo coma.
Por otro lado, tenemos la demanda educativa, la cual se conforma sobre la base de las decisiones de los estudiantes y sus familias. Este año, no solo el presupuesto público se ha recortado para el sector educativo, sino que también muchos padres han reducido la inversión en sus hijos. La razón principal es el recorte abrupto de los ingresos familiares. En una economía informal como la nuestra, el estado de emergencia limita la posibilidad de los ciudadanos para generar ingresos. Por lo tanto, aumenta el costo de enviar a los niños a la escuela: resulta más viable enviarlos a trabajar o simplemente, dejarlos en casa para que cuidar de sus hermanos menores.
Como muestra el modelo planteado, la pandemia ha debilitado la oferta y demanda educativa del país; sin embargo, esto resulta aún más perjudicial para los grupos vulnerables. Diversas investigaciones demuestran que determinadas características resultan predictoras de la deserción escolar. Vivir en una zona pobre o rural, hablar una lengua indígena, haber repetido de grado y tener bajas aspiraciones educativas antes de los 12 años resultan en una mayor probabilidad de desertar del sistema. En consecuencia, son estos grupos desfavorecidos quienes se llevan la peor parte de este contexto.
En vista de lo anterior, la crisis de la COVID-19 amenaza con acentuar las consecuencias negativas de la deserción en el país. De acuerdo con Azevedo et al (2020), aquellos estudiantes que deserten del sistema educativo enfrentarán una menor productividad futura y, por ende, presentarán dificultades para encontrar empleo o ganarán bajos salarios. En particular, la menor acumulación de capital humano en los grupos vulnerables podría perpetuar la transmisión intergeneracional de la pobreza y desigualdad. Asimismo, a nivel de hogares, crisis anteriores han demostrado que es más probable que los hogares más pobres incurran en recortes en la inversión educativa de las niñas que de los niños.
Por lo expuesto, se requiere tomar acciones que mitiguen las amenazas de la crisis sobre los resultados educativos. Evitar la deserción escolar requiere del monitoreo y seguimiento a los estudiantes en riesgo los distintos niveles educativos. Asimismo, considerando sus predictores, evitar la deserción escolar requiere la implementación de políticas específicas que atiendan a los grupos vulnerables. Afortunadamente, el Minedu está realizando esfuerzos para impedir el problema, lo cual demuestra que la pandemia representa una oportunidad no solo para modernizar el sistema educativo, sino para convertirlo en uno más inclusivo y humano.
Edición: Claudia Barraza