Soy un desahuciado. Mi casa, bueno, la verdad tenía una. Es verdad que no estaba tan pulcra, principalmente porque en esta zona de Santa Eulalia, tan cerca de los cerros, el polvo ingresa facilmente por las ventanas o aperturas de la casa; pero aunque estuviese así de cochinita, era mi dulce morada. Me encuentro rodeado de agentes de la Municipalidad de la zona y algunos vecinos alarmados, nada impávidos frente a la fuerza irremediable de la naturaleza. Honestamente, siempre me molesté de los lugares con gentío, pues soy más de sentirme cómodo en la discreción y la intimidad. ¡Qué más da!… Hoy siento que no volveré a sentirme seguro por lo menos en los próximos días. En estos momentos, uno se llena de odio y de desesperación por la frustración e incapacidad de poder hacer algo. Pero al ver a mi amada esposa, distingo en el fulgor de sus ojos el mismo sentimiento que comparten todos los damnificados: una lastimosa resignación. Pareciera que lo mas ortodoxo sea sentirse así y no intentar buscarles revanchas o venganzas a la naturaleza. Solo queda aceptar esta vicisitud y esperar el apoyo de nuestro principal proveedor de esperanza: el Estado.
Ayer se había iniciado la lluvia, y en la madrugada podíamos oír el goteo intenso; considerábamos el fenómeno como un asunto de poca relevancia. Sin embargo, hoy alrededor del mediodía, el cauce del río aumento exageradamente y el desborde se hizo inminente, falseando nuestros pronósticos basados en la costumbre y la fe. Cuando quisimos reaccionar nos dimos cuenta tarde: solo pudimos salvar lo más valioso y lo que estaba a la mano. Vimos como todo el vecindario quedaba inundado y como las casas de adobe, madera, mimbre y ladrillo iban formando parte de ese cuerpo pardo negruzco que invadió pistas y todo lo que pudo. No solo habían materiales de construcción, sino que según observamos, habían animales domésticos y de granja, vehículos, y algunas personas (que espero hayan podido ser salvadas por las innumerables brigadas de rescate que advinieron al poco rato de iniciada la crisis).
Mirar directamente el huayco y escuchar su descomunal ruido mientras pasa nos deja enajenados; ya que solo podemos verlo pasar, y ver que se lleva de paso. Poco a poco las autoridades y funcionarios, van movilizando a las masas, algunos como nosotros con la mirada perdida en el vacío fluvial, otros tomando fotos, intentando llamadas, mandando mensajes o moviéndose compulsivamente de aquí para allá. Al llegar a un lugar seguro, nos enteramos más de la situación: hubieron desbordes en diferentes partes de la costa, en Lima, por ejemplo, se había salido el río Lurín, Huaycoloro y Rímac. Las razones de esto eran más que evidentes. Lo que nos comentaban las divisiones de Aviación Policial fue que las carreteras, en lo sucesivo, serían clausuradas por precaución, y que a nosotros nos brindarían asistencia médica, un lugar para pernoctar y algunos alimentos . Por favor apóyennos si me leen. Sé que el gobierno ha tomado y decretado muchas medidas, pero sé que, también, hay muchas manos con avidez de ayudar a otros (tal vez sean miles de miles). Puedes sumarte a cualquier iniciativa, familias como yo tendrán muchas más facilidades para poder restablecerse, porque al fin y al cabo ¿somos culpables de este fenómeno?