Alrededor de los años 50 se empezó a gestar una revolución particular en plena Guerra Fría. No comenzó en algún país del bloque del Este, ni en Indochina, tampoco en el medio Oriente o el África. Inició en los departamentos del Ministerio de Agricultura de México-con claros intereses estadounidense de por medio-, y se extendió mundialmente salvando millones de vidas.
Responder esta cuestión implica primero analizar la relación más importante que poseen los cultivos: con los suelos. ¿Cuál es el efecto directo de la agricultura intensiva con el suelo? Debemos tener en mente una palabra clave para entender esto: erosión. Un proceso de erosión de la tierra implica un cambio en la cubierta de suelo; es decir, la pérdida de la compactación de la superficie de este ya sea por flujos de agua, aire o por la remoción intencional. Por ejemplo, para poder dispersar las semillas es necesario retirar la tierra como parte del arado. Para cosechar cultivos, como los tubérculos, es necesario retirar tierra para sacarlos del suelo. Si esto se hiciera con maquinaria, como es costumbre en la agroindustria, se pierden 340 millones de toneladas al año de materia orgánica del suelo, el cual es reservorio importante de carbono y lugar donde se mantiene una reserva de nutrientes para la planta (nitrógeno, fósforo o azufre). La actividad agrícola estaría entonces aislando permanentemente estos compuestos del suelo cultivable. Es cierto que con fertilizantes el suelo se puede volver a enriquecer; sin embargo, el grado de recuperación es más bajo. A esto hay que sumarle que la paja (residuo de los cultivos como el maíz o el trigo) es usualmente quemada debido a su nulo valor económico; por lo cual, los nutrientes que ya habían sido absorbidos por la planta se pierden también.
La condena a la degradación
La agricultura intensiva juega a perder lo menos posible en realidad, es decir, compensar las grandes pérdidas de material nutritivo con el uso de fertilizantes, y usar grandes cantidades de agua para asegurar un buen rendimiento del cultivo. Si alguna vez viajamos por la costa y vemos un cultivo de arroz, este estará sumergido en una cantidad importante de agua. El riego por inundamiento, técnica de irrigación extendida para el arroz, implica mantener el agua estancada por un tiempo considerable, con el fin de que –en este ejemplo- el arroz llegue a su máxima capacidad de absorción. Los nutrientes del suelo, en consecuencia, descenderán hacia aguas subterráneas por un proceso conocido por lixiviación, de manera que se pierden también. Cuando el agua se evapore del cultivo, lo que quedará serán las sales, que se acumulan año a año con cada nuevo cultivo, salinizando la tierra y volviéndola menos productiva. Es por ello, que las tierras de cultivo en la modernidad necesitan de hasta 7 veces más nitrógeno que hace 50 años.
Las tierras agrícolas no son eternas, cada vez se vuelven más exigentes y menos productivas. ¿Y el agricultor? La agroindustrialización generó la aparición de bancos agrarios, con el fin de poder generar préstamos para que el agricultor pueda comprar este “paquete tecnológico”. El endeudamiento en la mayoría de los casos llevaba al embargo de sus tierras de cultivo. La mano de obra puede ser reemplazada por maquinaria de arado y cosecha; en consecuencia, la labor y poder del pequeño agricultor se ve disminuida. Por tanto, la migración del campo a la ciudad se hizo inevitable.
¿Sería necesario entonces una segunda revolución agrícola?
Por supuesto que sí, globalmente los suelos se degradan inevitablemente y países como el Perú aún mantienen una gran cantidad de personas laborando como pequeños agricultores, cuya economía es puramente de subsistencia. En ese sentido, la nueva revolución agrícola puede divergir en dos cauces, cuyo resultado final puede depender a su vez de la situación de un país particular (no necesariamente excluyentes). El primer camino implica aprovechar, los avances en la biotecnología agraria con el fin de que los cultivos puedan tener un mayor rendimiento en un menor espacio de tierra, mayor contenido nutricional, y que adopten nuevas características que antes no tenían (por ejemplo y puedan así tener un mejor aprovechamiento de los nutrientes que se les colocan. Asimismo, implica un desarrollo de alternativas agronómicas a los monocultivos, que son degradadores intensivos del suelo y razón por la cual se usan pesticidas tan intensivamente. Es posible apostar por el uso de policultivos y la rotación de estos. Un solo parche de tierra con especies diferentes cuya abundancia es variada en relación con el tiempo podría permitir un suficiente descanso a la tierra, además de complementar capacidades (colocar una planta con bastante capacidad para acumular nitrógeno con otra que acumula fósforo). Los Países Bajos han apostados en diversas ocasiones por hacer policultivos de cereales (trigo, maíz o arroz cultivados en secuencia), o complementar el crecimiento de estos con legumbre, para no ser tan dependientes de fertilizante de origen mineral. Hay quienes todavía no han entrado en una etapa de intensificación agrícola, por lo que su demanda alimentaria tiene que verse urgentemente satisfecha.
¿Qué pasa con los países que aún tienen parte importante de su población como pequeños agricultores- como nosotros?
La agricultura orgánica ha sido siempre una alternativa a la intensiva (en Perú, casi todo el banano exportado es orgánico) debido a su rechazo por los pesticidas y fertilizantes de origen inorgánico, así como el uso de plantas trasngénicas. Si bien hay cierta preocupación por las regulaciones a las que está sometida esta agricultura, y por el alto nivel de pérdida de nitrógeno al subsuelo típico de esta práctica, algo primordial y rescatable de la agricultura orgánica es su interés por fortalecer un mercado local. Existe una tendencia en los últimos años al grito de guerra: “buy local”. Esta estrategia implica crear una cadena de suministro mucho más corta. Que exista uno o ningún intermediario entre el agricultor y el consumidor, de manera que el productor pueda sacar el mejor provecho de su cultivo a pequeña escala (usualmente fruto de prácticas orgánicas), y poder ampliar la diversidad de sus cultivos por la necesidad de diversificar su oferta.
El apoyo directo de la comunidad por estas prácticas ya sea en forma de acciones o financiamiento (algo así como ser socio de un agricultor, de manera que parte de su cultivo te corresponde) podría dinamizar la participación del público en la generación del alimento, incrementando la preocupación por la alimentación saludable, la calidad del suelo donde se cultivan lo que se ingiere, las buenas práctica agronómicas y el bienestar de los agricultores, etc. Sin embargo, la mayoría de los que están leyendo este artículo de seguro viven en esta gris urbe donde los campos de cultivo se encuentran a hora y media manejando y que desaparecen a ritmos exponenciales para construir edificios. La dificultad de imaginarse una realidad cercana con la producción de nuestro alimento implicaría generar formas de involucrar a los espacios de la ciudad como una suerte de “espacios de cultivo”.
¿Qué se puede hacer?
La agricultura urbana surge como alternativa para proveer de algunos alimentos a la población citadina, usar los espacios verdes, privados (techos verdes, por ejemplo) o públicos, para producir alimentos que puedan favorecer un mercado local. Una menor huella de carbono, un mejor acceso a comida saludable, mayor salud de la comunidad e interacción social pueden ser logrados a través de esta práctica. Hay una aproximación bastante interesante y representativa de esta práctica que se llama guerrilla gardening, la cual implica usar terrenos abandonados o que cuya zonificación no corresponde a la de una tierra agrícola para poder fomentar prácticas de cultivo en la comunidad. En realidad, detrás de esta práctica hay una protesta hacia problema como la desigualdad social, la contaminación de la ciudad, etc. Un ejemplo bastante peculiar de este fenómeno en Los Angeles esta explicado en una charla TED.
La manera en cómo nos alimentamos ha cambiado la sociedad de pies a cabeza en los últimos 70 años. Es algo lógico entonces que muchos problemas que nos aquejan como nación (centralización, urbanización desordenada, desigualdad urbana-rural, contaminación, entre otros) puedan comenzar siendo resueltos enfocándose a nuevas formas de agricultura. Como personas que vivimos en una ciudad que cada día aumenta su número, y en un país que paulatinamente verá degradadas sus tierras de cultivo, no es ilógico pensar en tomar la producción de alimentos en nuestras propias manos.