El Perú ha tenido un desarrollo importante en los últimos años, pero todavía nos falta bastante. Pensemos en la siguiente metáfora: nuestro país como un arbusto, sus frutos son el crecimiento económico y el desarrollo, mientras las raíces son las instituciones que lo sostienen (a veces no se observan, pero son fundamentales para mantener la fortaleza a lo largo del tiempo). Nuestra atención muchas veces está centrada en los frutos y no consideramos las raíces. Las instituciones cumplen un papel crítico y debemos defenderlas.
Pretender crecimiento económico (frutos) sin considerar las instituciones de por medio (raíces) es preocupante. No vacilamos en otorgar privilegios o favorecer a un grupo en particular cuando se trata de crecimiento; sin embargo, no solemos reflexionar lo suficiente sobre el impacto de estas decisiones sobre las instituciones. Es más, podemos toleramos la corrupción y la perversión de las instituciones en caso nos beneficie o no nos afecte.
¿Por qué debería preocuparnos? Imaginémonos en 20 años, muchos de nosotros jóvenes seguramente con deseos de ser profesionales exitosos. Ahora pensemos en el Perú dentro de 20 años y tal vez la incertidumbre o indiferencia sea predominante. Estas dos respuestas deberían estar vinculadas y no solemos razonar así. Lo que pase con el Perú va a repercutir sobre nosotros mismos: nuestro desarrollo está ligado también al desarrollo de nuestro país y sus instituciones. Lo más sencillo es pensar en nuestro propio camino, mientras el país sigue su propia ruta separada. Esta es tal vez una de las mayores trampas que enfrentamos.
Lo que pase con el Perú va a repercutir sobre nosotros mismos: nuestro desarrollo está ligado también al desarrollo de nuestro país y sus instituciones.
No hay forma que el privilegio venza a la realidad del país. No vivimos aislados. La estabilidad social, política y económica son necesarias; no nos puede ir bien si al resto le va mal. Un claro ejemplo es la seguridad ciudadana, un problema que nos afecta a todos y que, para controlarlo, se debe enfrentar desde nuestras instituciones. Podemos esforzarnos para solucionarlo privadamente, pero en algún momento el problema llega siempre a superarnos.
Vayamos un paso más allá. ¿Nos debería interesar el funcionamiento del Congreso y del Ejecutivo? ¿Del sistema de justicia? ¿Qué decir del sistema electoral? O tomando un caso más concreto: ¿el modo cómo se han nombrado los directores del BCRP? Definitivamente sí: están en juego las instituciones de nuestro futuro, las cuales van a garantizar que nuestro desarrollo – tanto a nivel colectivo como individual – se mantenga. Aquellas situaciones que atenten contra la institucionalidad del país deben ser denunciadas y derrotadas.
El nombramiento de los directores del BCRP claramente no favorece el fortalecimiento institucional, y en este caso se favorece el canje político por encima de cualidades técnicas o trayectorias intachables. Si consideramos que las instituciones son fundamentales para nuestro desarrollo, es entonces un deber expresar nuestro malestar sobre esta decisión y buscar un cambio.
Las reformas de primera generación que recuperaron el crecimiento del país fueron exitosas, pero no podemos seguir empecinadas con las mismas. Es ahora el momento de pensar en reformas de segunda generación, aquellas que estén dirigidas a las raíces, es decir, a mejorar las instituciones de nuestro país. Lamentablemente pareciese que esta no es una prioridad y es preocupante el daño que se pueda causar a las instituciones desde un Poder del Estado, como es el Legislativo. La elección de directores en el BCRP es una alerta. Es responsabilidad de los jóvenes y estudiantes alzar nuestra voz de protesta y no permitir que esto suceda. Finalmente las instituciones son la garantía que nuestro desarrollo se mantenga.