A mediados de abril, May anunció sorpresivamente que convocaría a elecciones generales con el objetivo de incrementar su mayoría conservadora en el parlamento y así consolidar su posición para las negociaciones sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea bajo su lema “ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo”. Las encuestas predecían una contundente derrota del Partido Laborista, la oposición de centro-izquierda, que se encontraba debilitado bajo el liderazgo del viejo que no sabe hacer un high-five de Jeremy Corbyn. De esta manera, se esperaba que el Partido Conservador alcanzará una mayoría de más de 100 parlamentarios.

Su gran apuesta no pudo haber tenido un desenlace más contraproducente. El Partido Conservador no solo perdió trece asientos en el parlamento, sino también su mayoría, mientras que el Partido Laborista ganó 30 escaños. Ahora, en vez de tener el gobierno “fuerte y estable” que prometió al convocar elecciones tempranas, May tendrá que intentar formar un gobierno minoritario aliándose con el Partido Democrático Unionista (DUP) de Irlanda del norte, un partido socialmente conservador en contra del aborto, el matrimonio igualitario, escéptico sobre el cambio climático y a favor de un Brexit “duro”. Incluso su futuro como Primera Ministra está en duda: varios miembros de su partido han cuestionado su liderazgo.

¿Cómo ocurrió esta debacle para Theresa May? Todo comenzó por su propia desastrosa campaña. A lo largo de ella, a May se le notó poco auténtica y muy mecanizada, al punto de recibir el apodo de “Maybot”. Se negó a participar en debates con sus oponentes, una muestra de arrogancia o, peor aún, falta de confianza. Su mayor error, probablemente, haya sido aferrarse al status quo en vez de presentar una visión optimista y diferente para el futuro. Nunca elaboró por qué el Brexit favorecería al Reino Unido. Por el contrario, solo enfatizó la complejidad de las negociaciones y que “ningún acuerdo era mejor que un mal acuerdo”. Tal vez debió haber aprendido un poco de Trump y describir una visión optimista, y quizás populista, del Brexit en la que Gran Bretaña desarrolla nuevos socios comerciales, deja de recibir inmigrantes ilegales, recupera empleos de manufactura y se vuelve grande de nuevo.
Make Britain great again

En cambio, la energética campaña de Jeremy Corbyn rindió frutos y superó toda expectativa. Su discurso socialista prometía incrementar los impuestos para los negocios y los ricos, incrementar el financiamiento para el sistema público de salud, renacionalizar algunos servicios públicos para reducir el costo de vida, abolir las tasas universitarias e incrementar el salario mínimo. Su posición sobre el Brexit se basa en una negociación respetuosa con la Unión Europea, sin descartar permanecer dentro del Mercado Único Europeo. No resulta sorprendente que su estilo auténtico y optimista haya ganado el apoyo popular, el de los jóvenes y también el de los que votaron por permanecer dentro de la Unión Europea.

Al igual que James Cameron con el referéndum sobre el Brexit, Theresa May perdió una apuesta que no tenía por qué jugar. Lo que pensó sería una victoria arrolladora que cementaría su liderazgo al frente del Partido Conservador terminó por quitarle la poca credibilidad y confianza que le quedaba: ahora es un zombie político esperando su inminente renuncia o reemplazo. Además, deja a su país en una mayor inestabilidad política a tan solo una semana del inicio de las negociaciones formales con la Unión Europea sobre la salida del Reino Unido. Sin una mayoría absoluta, las distintas demandas de los partidos harán que un Brexit desordenado y caótico sea cada vez más probable.