No hay duda de que los bienes materiales y la seguridad financiera son necesarios para nuestro bienestar. Nos permite vivir digna y libremente. Pero, ¿nos hacen felices? A todos nos alegra viajar, comprar un nuevo carro, o incluso un simple helado, por lo que vivimos buscando estas experiencias. Las ideas al respecto del filósofo Siddharta Gautama, o Buda, han sobrevivido más de dos mil años y pueden ser puestas en práctica incluso en occidente, cualesquiera nuestras creencias.

Para comenzar, el budismo divide la satisfacción en dos niveles. El primero consiste en los sentimientos placenteros derivados de experiencias sensoriales. Solemos apegarnos a ellos, ya sean objetos, personas o incluso emociones; pero tanto ellos como la satisfacción que nos generan son impermanentes. Tarde o temprano acabarán, por lo que también lo hará la “felicidad” que depende de ellos. Por ejemplo, poco tiempo después de comer un postre que nos gusta, la satisfacción pasa, y al rato tenemos hambre de nuevo—por nuestro instinto de supervivencia. Así, nuestra felicidad regresa a su nivel “normal”.

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Entonces, la felicidad se esconde en la ilusión de su sinónimo con el placer, por lo que buscamos placeres en cada momento que podamos. La cultura occidental y la publicidad alimentan esta ilusión, ya que nos intentan vender la felicidad con bienes materiales. Es por esto que muchos se desesperan cuando no están escuchando música, viendo televisión o navegando en redes sociales. Buscan placeres en cada momento que pueden, ya que su sensación de bienestar es altamente dependiente de su satisfacción sensorial. La psicología llama a esta búsqueda el “molino hedónico”, porque nunca estamos realmente más cerca de la felicidad.

Sin embargo, el budismo no sugiere dejar de disfrutar placeres, sino de no apegarse a ellos por medio del reconocimiento de su impermanencia. Esto nos lleva al segundo nivel de satisfacción: la calma o paz de nuestro estado mental, logrado mediante el entrenamiento de la mente para reconocer la naturaleza pasajera de lo externo. Así, incluso en situaciones trágicas, uno puede mantener cierto nivel de calma y felicidad. Por lo tanto, la filosofía budista es la antítesis de la popular idea de que “la felicidad está en las pequeñas cosas” o en efímeros momentos. Además, reconocen que otros factores, como nuestra conexión con los demás son cruciales para nuestra felicidad, ya que nos brindan un propósito en la vida más allá de nuestro interés propio—el cual es alimentado por las riquezas materiales. Al igual que Aristóteles, los budistas creen en la felicidad eudemónica, que trata sobre la comprensión de uno mismo, el crecimiento personal y la aceptación, lo que incluye el sufrimiento dentro de ella.

Además, los bienes materiales nos distraen de nuestro entorno para enfocarnos en nuestros propios deseos y satisfacción. Nos vuelve egocéntricos, lo que crea inseguridad, miedo y frustración. Incluso, una gran cantidad de riquezas usualmente conlleva ansiedad y estrés, algo que se vio plasmado en los resultados del estudio del nivel de felicidad a los ganadores de la lotería, quienes eran más infelices que la persona promedio. Por otro lado, la riqueza mental, basada en amor y compasión, no genera esta carga negativa. Entonces, ¿por qué nos satisfacemos con nuestro estado mental pero nunca con el material?

Ahora bien, esto no significa que se deba glorificar la pobreza, sino aprender a limitar nuestra codicia. El Dalai Lama, líder del budismo, usa la palabra tibetana chogshé, que significa “saber cuándo estar satisfecho”, para vivir sin la constante preocupación de tener más y más bienes—ropa, viajes, casas—dada la alta frustración que generan. Por ejemplo, al notar una prenda que nos gusta al caminar por un centro comercial, una codicia instintiva salta a la luz. Entonces, él aconseja preguntarnos: “¿de verdad lo necesito?”, para que, por medio del razonamiento, nos demos cuenta de que muchas veces la respuesta es no.

También nos invita reflexionar sobre el límite de lo que podemos adquirir. Incluso un billonario tiene un estómago del mismo tamaño que cualquiera, y hay un número finito de casas en las que uno puede vivir. Él reconoce lo corrosiva que es la pobreza al haber crecido pobre él mismo, por lo que comparte la—casi obvia—visión de que la estabilidad económica es necesaria; pero, desde cierto punto, cada lujo adicional modifica menos nuestro nivel de felicidad, a no ser que usemos esa riqueza para, por ejemplo, ayudar a los demás. El bienestar que la generosidad nos trae se evidencia en nuestra biología: en los beneficios que tiene para nuestra salud y en los centros de recompensa de nuestro cerebro, que se iluminan con mayor intensidad cuando damos que cuando recibimos.

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El budismo no sugiere la ausencia de metas, sino la cautela frente a la ilusión de la felicidad hedónica. Ahora, si bien es cierto que muchos monjes budistas llevan esta práctica al extremo—se despojan de todo lo material para enfocarse en el desarrollo de su paz interior—las ideas de Buda invitan incluso a Occidente a la reflexión. Se podría pensar que no podemos cambiar nuestro comportamiento, ya que nuestra codicia tiene raíces instintivas y culturales, pero sí tenemos opción. Nuestra capacidad de razonamiento nos diferencia de los animales: nuestros instintos no gobiernan cada acción nuestra. A diferencia de ellos, nos podemos preguntar: “¿De verdad lo necesito?”


Fuentes (y lectura adicional recomendada):
Dalai Lama. (2016). MAS ALLA DE LA RELIGION: ETICA PARA TODO EL MUNDO. Alicante, España: Dharma.
Dalai Lama, Douglas Abrahams, Desmond Tutu. (2016). El libro de la alegría. Barcelona: GRIJALBO.
Kevin Loria. (2017). How winning the lottery affects happiness, according to psychology research. 3/02/2019, de Business Insider Sitio web: https://www.businessinsider.com/winning-powerball-lottery-happiness-2017-8