¿Qué tanto le debe la historia del mundo a decisiones del pasado en nombre del amor? Pues mucho a mi parecer. Tal vez no tanto como la economía o la religión, claramente, pero los sentimientos más cálidos pueden ser tan determinantes como los negocios más fríos. En estos días donde todo es color de rosa, te invito a conocer dos románticas historias de quienes hacen hasta lo imposible por el amor de una persona, y de otras que pueden privarse de todo, también por ella.
Quien deja todo por ella.
Son bien conocidas las historias de príncipes o reyes que prefieren abandonar el trono antes que a su pareja. El caso más representativo es, sin duda alguna, el de Eduardo VIII. El príncipe inglés estaba totalmente prendado de Wallis Simpson, una norteamericana perteneciente a la farándula de su país. Así como eran públicas las intenciones del futuro rey de casarse con Wallis, también lo era que tal matrimonio no podría darse nunca. El rey del Reino Unido también preside la iglesia del país, y como tal, no puede estar casado con una mujer divorciada, y Wallis ya estaba casada por segunda vez cuando salía con Eduardo.
Tras la muerte de su padre, el ascenso al trono era inminente y la comunidad inglesa creyó que el rey Eduardo se mostraría en público con una esposa que no fuera Wallis Simpson. Sin embargo, el imperio más grande de la historia, el Británico, vio a su nuevo líder abdicar a los 325 días. Eduardo fue sucedido por su hermano menor Jorge VI, padre de la actual reina Isabel II, y solo conservó el título de Duque de Windsor. Bueno, tampoco es que lo haya perdido todo, pero sí que cambió el destino cultural de su país. ¿Qué habría sido de los británicos si Eduardo hubiese elegido ser rey? ¿Amarían tanto a su monarca actual como a la reina Isabel? ¿Hubiese existido la famosa banda Queen?
Quien hace todo por ella.
Por el lado de nuestra historia también es popular el romance que existió entre el virrey Manuel de Amat y Junyent, y la actriz y cantante Micaela Villegas. El español cayó rendido no solo ante el talento sobre los escenarios de la joven limeña, sino también ante su encanto personal y grandísima belleza. El virrey se propuso a conquistarla.
Ni asistir a todas sus presentaciones ni estar a cargo de la colonia más importante de Su Majestad eran suficientes para conquistar a la doncella. Probablemente, los cuarenta años de más que tenía él no eran el mejor atractivo a su favor. Al notar que el sexagenario hombre no se rendiría jamás, Micaela, muy segura de sí misma, le dijo que solo le correspondería si lograba poner la Luna a sus pies. Por fin se libraría del virrey pensó ella. Convencimiento no le faltaba, ¿quién podría lograr tal hazaña? Pero en la Ciudad de los Reyes, nada parecía imposible. Vaya lío podrías pensar tú si estuvieses en los tacones (así eran los zapatos masculinos de la época) del virrey, pero Amat se mantuvo perseverante, y sí que salió triunfante.
El hombre mandó a erigir en 1770 un gran parque en cuyo centro se hallaba un estanque con agua tan brillante como los ojos de su amada. Ya en una noche de luna llena, el virrey llevó a Micaela por el hermoso paseo de arquitectura afrancesada y, al estar frente al espejo de agua le dijo: “Allí tienes, mi amada, he puesto la Luna a tus pies”. Sí que debe haber sido conmovedor. Solo con imaginar las edificaciones coloniales de la época, una verde Lima joven con aires casi bucólicos, y cómo no, un cielo no contaminado en el que hasta la estrella más pequeña que acompañaba a nuestra Selene se reflejaba en aquella fuente del Paseo de Aguas en el que Micaela aceptó al virrey. Hoy el famoso recinto se encuentra en el distrito del Rímac.
Muchas obras arquitectónicas edificó el virrey Amat para consentir a su adorada Miquita, y la ciudad se vio artísticamente beneficiada. Por ejemplo, la Alameda de los Descalzos fue remodelada y cerca de ella se construyó la casa de Micaela. Además, la fe de la limeña en el Cristo Moreno fue el motivo por el cual se erigieron el santuario y el monasterio de las Nazarenas. Curiosos orígenes, ¿verdad? Pero bueno, esta romántica historia tuvo un final ligeramente impredecible.
Al final de su gobierno, el ya exvirrey regresó a España para jamás volver a la colonia, inclusive se casó por primera vez, recién por allá, en tierras hispánicas. Micaela se quedó en Lima con el único hijo que tuvo Amat, aunque este no lo reconoció nunca. Cuentan las malas lenguas que cuando el virrey se enteró de que en realidad Micaela amaba a otro hombre, y vestida como tapada limeña lo frecuentaba en la Alameda que Amat construyó, este enfurecido la llamó “perra chola”, pero con su marcado acento catalán solo atinó a decirle Perricholi.
En fin, los amores no son perfectos, pero los más grandes son inolvidables. En nombre de aquel sentimiento se ha hecho de todo o se ha dejado todo. Tu historia también debe ser interesante, seguramente. Para el día de mañana ya no deberías complicarte tanto con qué obsequiarle, después de todo, ya sabes cómo poner la Luna a sus pies.