Profesoras, unificadoras, o separadoras. Las obras de ficción pueden cumplir distintos roles en nuestra sociedad. Después de aprender en el anterior artículo cómo la ficción influye en el individuo, en el presente trataremos el colectivo.
Primero, las obras de ficción nos enseñan ética. Son mucho más eficaces en enseñarnos qué está bien y qué está mal que simplemente decírselo a los demás, tema explicado a mayor profundidad en el anterior artículo. Por eso, en la Biblia podemos ver cómo Jesús enseñaba con cuentos llamados parábolas. Socialmente, esta característica es importantísima, ya que las historias unen a la gente con valores y normas comunes. Además, para que una sociedad funcione, la gente tiene que creer en la justicia: que nos irá bien por portarnos bien y mal por portarnos mal. La vida real no suele ser así, a las buenas personas les pasa cosas malas todo el tiempo y muchísimos crímenes no son castigados. Pero aun así, la mayoría creemos en la justicia.
“El alma humana tiene una mayor necesidad de lo ideal que de lo real. Existimos por lo real, vivimos por lo ideal.” –Victor Hugo
A través de la historia, se ha conocido bien el poder de la ficción. Por mil años, si uno quería un puesto de trabajo en el gobierno chino, tenía que pasar un riguroso sistema de exámenes de principalmente literatura. Tenían un dicho que decía que si el emperador quiere cruzar un río, buscará un hombre que sepa de puentes, pero si quiere gobernar una provincia, buscará un hombre que sepa de hombres. La poesía y la historia eran el acceso privilegiado de esa élite gobernadora a la comprensión de la naturaleza y comportamiento humanos.
Históricamente, la literatura ha estado del lado del poder. La escritura sucedía en la corte, en los templos o en las casas de comercio, por lo que servía intereses imperiales, religiosos y económicos. Por ejemplo, durante la creación de La Odisea, los griegos estaban en una etapa exploratoria y de expansión, buscando nuevos territorios, por lo que esta epopeya de navegación y crecimiento personal es también una legitimación y validación del proceso de colonización griego.
Por otro lado, La Eneida de Virgilio, escrita en el primer siglo antes de Cristo, es una epopeya que sirvió de propaganda para el emperador Augusto. En esta se narra la historia de Eneas, quien, después de perder la guerra de Troya contra Grecia, debe llevar a su pueblo troyano a establecerse en una nueva ciudad, la cual en el futuro sería Roma. Supuestamente, Eneas es el antepasado de Augusto. Virgilio elogia el orden, el trabajo, la construcción de una ciudad, la armonía, la organización, y las leyes. En una época de crisis política en Roma, La Eneida ayudó a establecer un sentido de qué es ser romano: ser romano es ser perseverante, trabajador, y no hay nadie más legítimo para gobernar Roma que el emperador Augusto, el descendiente del gran Eneas. Roma necesitaba mantener y controlar un imperio enorme, y Virgilio incluso aconsejó al emperador al mostrar al héroe Eneas como un ejemplo de determinación y perseverancia, pero más importante, alguien que pone su misión política antes de sus deseos individuales. Entonces, así como la literatura puede legitimizar normas y valores, también puede legitimizar gobiernos e imperios.
Es interesante que otras de las primeras y más grandes historias enseñan cómo gobernar o qué cualidades debe tener un líder: ya sea La Épica de Gilgamesh—la primera obra literaria de la historia—, La Odisea o Las mil y una noches. Esta última es un caso interesante: el rey se ha vuelto loco, hay una crisis política, y la manera de solucionarla es a través de la literatura. Con sus historias, Scheherazade busca no solo salvar su vida sino también enseñarle al rey a ser un buen gobernador. La literatura nació consciente de su poder político y colectivo, y los grandes autores o cineastas siempre lo han tenido en mente. Así como durante la guerra fría el cine soviético mostraba un mundo feliz bajo el comunismo, el cine americano sigue mostrando a Estados Unidos como un paraíso capitalista lleno de (súper)héroes.
Alejandro Magno también conocía este poder. Su imperio, el más grande de la historia antigua, no se dedicó solo a expandir territorios. Alejandro fue el mayor exportador de teatro griego de la historia. Proyectaba la cultura griega por todo su imperio al reunir a la gente en anfiteatros (construidos bajo su comando) a ver estas tragedias. Este componente cultural fue uno de sus principales elementos de poder suave.
Pero si todavía dudamos del poder de la literatura, pensemos en todos los libros que han sido quemados a través de la historia, ya sea por cristianos, musulmanes, emperadores chinos o nazis. Si bien la literatura ha estado por mucho tiempo del lado del poder, también le ha permitido a las masas imaginar un mundo distinto del cual el poder les quiere imponer. En Gran Bretaña, se controlaba la literatura políticamente hasta el siglo XIX. Los escritores, sin ser procesados, eran sentenciados a la pena de muerte por violar los intereses del Estado. Por eso ninguna obra de Shakespeare está situada en su país en su tiempo actual. Además, la censura del teatro duró incluso hasta los sesentas. El teatro es un caso particular, porque una audiencia—un grupo de gente reunida consumiendo la misma obra—se puede volver una revuelta con una obra controversial. Y la censura no es cosa del pasado: la polémica sobre Los Versos Satánicos y el fatwa establecido contra su autor Salman Rudshie nos prueba que el poder de la literatura sigue presente hoy como hace mil años en nuestras vidas sociales y políticas.
“La literatura es un diálogo con mentes más grandes que la nuestra, ideas disfrazadas de entretenimiento sobre cómo debemos vivir; un debate de nuestro mundo, sobre a dónde va y a dónde debería ir.” – John Sutherland
En la literatura se puede discutir temas usualmente tabúes, que uno no debatiría abiertamente frente a un público. Oliver Twist (1838) fue un duro mensaje de Dickens al gobierno británico sobre los problemas socioeconómicos en el país y Uncle Tom’s Cabin, el libro más vendido del siglo XIX (a excepción de la Biblia), mostró la crudeza de la esclavitud en los E.E.U.U. y cambió la manera en la que los estadounidenses veían a la gente negra. Según Abraham Lincoln, si no fuera por este libro, no hubiera habido guerra civil. Al ponernos en los zapatos de un personaje diferente a nosotros, podemos experimentar lo que es ser como él y comprender mejor su mundo. Así, las historias nos permiten cambiar nuestras actitudes.
Entonces, dados los problemas latentes del mundo, ¿no sería bueno contar más historias que beneficien nuestra sociedad? Enséñennos como el calentamiento global le afecta a personajes concretos y probablemente se cambien más puntos de vista que con un artículo de no ficción como el presente.