Si hay una adicción común en toda la humanidad, es la adicción a la ficción. Los mitos han dado sentido al mundo por miles de años. Las creaciones ficticias como las naciones, los dioses o el dinero han sido los cimientos para la fundación de las civilizaciones e imperios. Nuestra identidad y nuestra historia personal son relatos que nos narramos a nosotros mismos para darle sentido a nuestra vida. Cuando soñamos, nos seguimos contando historias. Y como el sultán Shahriar con los cuentos de Scheherazade, combatimos el sueño por ver un episodio más. ¿A qué se debe esta obsesión por la ficción? ¿Y de qué nos puede servir?

‘Las palabras, como los rayos X, atraviesan cualquier cosa, si uno las emplea bien.’ ― Aldous Huxley, Un Mundo Feliz

En las Poéticas, Aristóteles descubrió una paradoja: la ficción nos es placentera, pero su contenido no es nada placentero. Toda obra de ficción gira en torno a un problema o conflicto, a un sufrimiento que el protagonista quiere cesar. Si con la ficción buscamos escapar de nuestros problemas, ¿por qué nos atrae tanto el conflicto?

El argumento evolutivo:
Existe un argumento de la psicología evolutiva que dice que nuestra atracción hacia la ficción se debe a que nos permite practicar habilidades para la vida real. Los estímulos ficticios disparan nuestras neuronas y fortalecen las vías neuronales que conducen a una navegación hábil de los problemas de la vida (Gottschall, 2012). Es decir, la ficción nos enseña sobre la vida sin asumir el riesgo de llevar a cabo ciertos conflictos en la vida real. Janet Burroway dice que “La literatura ofrece sentimientos por los cuales no tenemos que pagar. Nos permite amar, condenar, condonar, esperar, temer y odiar sin ninguno de los riesgos que normalmente implican esos sentimientos.” ¿Y qué tanto podemos aprender sobre la humanidad y nuestra psique dentro de las limitaciones de nuestra vida y entorno? La ficción es una maestra necesaria que borra fronteras.

“La fantasía raramente es un escape de la realidad. Es una manera de entenderla.” ― Lloyd Alexander

¿Cómo nos puede afectar tanto la ficción si no es real? Nuestras neuronas espejo recrean en nuestro cerebro el dolor que vemos en una película. Empatizamos con el personaje porque literalmente sentimos lo mismo que él. Cuando vemos a los personajes besarse en una película, algunas de las células que se activan en nuestro cerebro son las mismas que cuando besamos en la vida real. Hasta nos afecta físicamente: cuando un personaje está en peligro, nuestro pulso y respiración aumentan. Estar consiente de su naturaleza ficticia no cambia las cosas. En un experimento de la psicóloga Joanne Cantor, el 91% de los estudiados tenían memorias traumáticas de películas de terror, no de situaciones reales que, por ejemplo, han visto en las noticias.

Del mismo modo, podemos tener un viaje introspectivo con la ficción al conectar con emociones representadas en la pantalla o el papel. Como dijo Franz Kafka, “la tarea de la literatura es reconectarnos con sentimientos que de otro modo serían insoportables de estudiar pero que desesperadamente necesitan nuestra atención. Un libro debe ser un hacha para el mar helado dentro de nosotros.”

El argumento moral:
Una obra de ficción es moralista. Al final de la obra, el autor premia o castiga a un personaje por la manera en la que ha actuado y envía así un mensaje a la audiencia sobre qué está bien y qué está mal. Por ejemplo, el autor define en qué circunstancias es aceptable utilizar la violencia y en cuáles no. Condena la violencia del villano, pero permite la del héroe por las circunstancias en las que la usó. Uno de los proyectos más ambiciosos para forjar una sociedad moral fue La Divina Comedia: Dante nos llevó por un paseo al infierno, purgatorio y al paraíso, y así nos enseñó qué considera que está bien y qué está mal. Y además de ser profesores de ética, los héroes pueden ser modelos a seguir. Nos pueden inspirar a ser mejores personas y nos pueden mostrar un camino para vivir virtuosamente. Del mismo modo, los personajes que fallaron nos enseñan a no seguir sus pasos.

“Ninguna filosofía, análisis o aforismo, por profundo que sea, puede compararse en intensidad y riqueza de significado con una historia bien narrada.” -Hannah Arendt

Como dice Tolstoi, el artista contagia su forma de pensar a la audiencia, y muchos artistas lo logran. La ficción es más efectiva para cambiar nuestra forma de pensar que la no ficción. Es difícil que las estadísticas cambien la opinión de los capitalistas de ultraderecha sobre el calentamiento global, mientras que obras literarias como Uncle Tom’s Cabin cambiaron el destino de los esclavos en E.E.U.U.. Cuando leemos no ficción, estamos listos para defender nuestros puntos de vista. Pero cuando nos absorbemos en una historia, dejamos de lado nuestras creencias intelectuales y bajamos la guardia. Estamos dispuestos a creer que los dragones y la magia existen. Empatizamos con los personajes, sus historias nos mueven y, en consecuencia, le abrimos paso al cambio. Este es el poder de la ficción: nos puede hacer cambiar de punto de vista sobre las guerras, el calentamiento global, los gays o nosotros mismos. Este secreto se conoce desde hace miles de años: en la Biblia, Jesús enseñaba valores por medio de cuentos orales: las parábolas.

La ficción nos ha moldeado. Creemos que sabemos separarla de la realidad, pero la ciencia demuestra lo contrario: mezclamos la información que aprendemos de la ficción y no ficción en el mismo rincón de nuestro cerebro. “¿Tiene el lector alguna idea de cuántas películas, novelas y poemas ha consumido a lo largo de los años, y de cómo estos artefactos han esculpido y modelado su idea del amor? Las comedias románticas son al amor lo que la pornografía al sexo y Rambo a la guerra. Y si el lector cree que puede pulsar alguna tecla de borrar y eliminar toda traza de Hollywood de su subconsciente y su sistema límbico, se engaña,” dice el historiador Yuval Noah Harari.

“No leo libros por entretenimiento. Leo libros para entender mejor la condición humana.” – Jhumpa Lahiri

Pero es osado pensar que todos los escritores comprenden la condición humana. Algunos pueden tener ideas erróneas o peligrosas. Dante Alighieri nos lo advirtió en La Divina Comedia al presentarnos en el infierno a los amantes Francesca y Paolo, a quienes la literatura los empujó a la infidelidad. Es por eso que hay que ser críticos con lo que el artista nos quiere contagiar y tener ciertas preguntas en mente: ¿Qué me enseña el texto? ¿En qué me puede servir para la vida? ¿Cuáles podrían ser los intereses u objetivos del autor o de quienes han financiado la obra?

Por ejemplo, después de ver una película de Quentin Tarantino, podemos apagar la tele y seguir con nuestras vidas, o preguntarnos qué mensaje nos ha dado el director. En casi todas sus películas, el mensaje es que la venganza es buena: los ‘héroes’ vengativos siempre ganan y el director celebra este acontecimiento. ¿Permitiremos que la venganza entre a nuestro conjunto de valores? Y considerando lo fácil que es que la ficción penetre en nuestro subconsciente sin nuestro permiso, es probable que si no nos detenemos a analizarla, seremos contagiados por cada autor cuya obra se nos cruce.

Entonces contemos historias. Compartamos historias. Pero seamos cautelosos en qué historias compartimos.

Lee la segunda parte del artículo aquí: ¿De qué nos sirve la ficción? Parte II: El colectivo

Editado por: Daniela Cáceres

Fuentes:

  • Gottschall, J. (2012). The storytelling animal: How stories make us human.
  • Harari, Y. N. (2018). 21 lessons for the 21st century.
  • Sutherland, J. (2014). A Little history of literature.
  • Créditos de la imagen de cabecera: Daniela Zekina