Desde que aterrizamos en la luna y vimos, por primera vez, al milagro que es nuestro propio planeta, la población humana se ha más que duplicado. Con ello, hemos alterado conexiones cruciales y la estabilidad de la que dependemos todos, y ese milagro se está perdiendo.
La diversidad de especies es asombrosa y abarca desde bacterias, hongos comestibles, mariposas monarca, hasta las secuoyas de más de cien metros de altura y la ballena azul de más de 30 metros de largo; pero esta diversidad está disminuyendo. Lo vemos en especies icónicas al borde de la extinción, como la vaquita marina en el golfo de California, el rinoceronte negro al norte de África y los orangutanes en Asia. Inclusive, acá cerca nomás, el cóndor andino, el delfín rosado o el suri. Sin embargo, esta situación es solo la punta de un iceberg que representa un mayor problema a nivel mundial: no solo las especies se extinguen a una velocidad sin precedentes, sino que, en los últimos 50 años, la población salvaje ha disminuido en un 60%.
No solo hemos perdido y perdemos especies, también se pierde material genético e historia evolutiva, comunidades enteras y los ecosistemas que mantienen. Es seguro decir que la biodiversidad está en peligro debido a la acción humana. Lo que es sorprendente y casi paradójico, ya que esta misma decreciente diversidad viviente trajo consigo infinidad de maravillas que resultan muy prácticas para el ser humano.
Es necesario decir que sí, así como los desastres naturales y los cambios climáticos son procesos naturales, de la misma manera, algunas especies se extinguen de manera natural básicamente desde que comenzó la vida. No obstante, es la tasa de estos fenómenos la que ha aumentado producto del incremento de las actividades y poblaciones humanas. Lo anterior, resultando en un estado insostenible para las especies en el planeta, exacerbado por el calentamiento global, océanos más ácidos, contaminación, urbanización y explotación (1). En Perú, por ejemplo, la situación es claramente desoladora. La minería ilegal en Madre de Dios ha devastado un área de bosque amazónico megadiverso del tamaño de Singapur. La pesca en el país ha extinguido poblaciones enteras de crustáceos, peces, aves y mamíferos; mientras que la agricultura y ganadería siguen destruyendo los hábitat extensos únicos en el mundo. Uno de los principales problemas es que los humanos dependemos fuertemente de esas actividades. ¿Dónde reubicar a las decenas de miles de personas que viven de la extracción de oro en la selva? ¿Cómo producir suficientes productos agrícolas y animales para una población humana cada vez mayor?
En las últimas décadas ha surgido la ‘biología de la conservación’, un área que estudia la potencial pérdida de biodiversidad mundial (hábitat, especies, genes) y que sustenta, con base científica y social, la protección de la naturaleza y la necesidad de su diversidad (2). Pero alcanzar los objetivos de conservación es mucho más complicado de lo que parece y, como veremos, implica un enfoque integral y quizás uno de los mayores esfuerzos que la humanidad deberá hacer en su historia moderna.
En primer lugar, ¿por qué debemos conservar a la naturaleza? El motivo más puro, quizás, corresponde a lo que E. O. Wilson denominó como biofilia: el amor a la vida. Como seres vivos, tenemos una conexión ancestral con la naturaleza y con otras formas de vida (3). No es una creencia cualquiera, es una fuerza inexplicable que debemos desarrollar y cuidar. El derecho a la vida de otras especies es un tema profundo en muchas religiones, y en esencia, el principal argumento sobre el que deberíamos proteger a la biodiversidad.
Por otro lado, existe un debate sobre por qué conservar la naturaleza y se ha centrado, en esencia entre quienes alegan que la naturaleza debería protegerse por su valor intrínseco; es decir, porque sí, y quienes alegan que debe ser salvada por su valor instrumental, esto es, para ayudarnos. Ambas posiciones representan extremos que pueden tomar los esfuerzos de conservación. Por tanto, para comenzar a incurrir en mejores ideas y prácticas de conservación, debería promoverse una ética de conservación que trate ambos enfoques en proporciones distintas de acuerdo a quién y dónde se dirige. Por ejemplo, para un enfoque más centrado en el costo-beneficio sería mucho más eficiente conseguir que un inversionista financie un proyecto de conservación; mientras que un enfoque más subjetivo sería más adecuado en inculcar la conexión con la naturaleza a niños desde edades tempranas. Adicionalmente, la inclusión de otras disciplinas como economía, sociología, política, derecho y filosofía (porque sí, conservar cuesta, afecta a personas, tiene trabas, necesita leyes y demanda ideas) aumenta las probabilidades de éxito, pero hacen el trabajo más difícil.
En segundo lugar, lamentablemente, aquellos que abogamos por la conservación estamos lejos de ser capaces de ayudar a todas las especies y los hábitat amenazados (4) debido a falta de inversiones, de interés colectivo y del gobierno (5). La verdad es que la biodiversidad seguirá decreciendo y no es justo despojar a las siguientes generaciones de la riqueza de especies del planeta. Además, ¿qué haremos cuando perdamos todos los beneficios prácticos que nos da? Los esfuerzos de conservación necesitan ser reforzados y financiados adecuadamente. Todavía se requieren cambios más radicales que reconozcan a la biodiversidad como un bien público global (‘Si los árboles dieran wi-fi, estaríamos viviendo en un bosque’) y que se centren en la sociedad y las instituciones para permitir que las medidas implementadas funcionen. Necesitamos entender que también aseguraremos una serie de necesidades que hemos dado por sentadas por mucho tiempo: clima estable, alimento de calidad, acceso a agua potable, salud y diversidad cultural. Se le reclama al Estado por los cortes de agua o el aumento de los precios, pero son, en gran parte, consecuencias de nuestra propia indiferencia.
Por último, la extinción masiva de especies tendrá impactos duraderos y lo que hagamos, o no, durante los siguientes 20 años determinará nuestro futuro a largo plazo. Aunque una gran cantidad de científicos están trabajando lo mejor que pueden, la amenaza supera largamente a los recursos disponibles de conservación (5). Por suerte, a lo largo del mundo, las personas parecen estar tomando conciencia, poco a poco, como con el uso de plásticos.
Cuando uno aprende sobre este fenómeno ‘vida’, resulta cada vez más fascinante. Uno termina en un bucle de curiosidad donde una respuesta conduce a otra pregunta. Se trata de indagación, una búsqueda continua para descubrir su naturaleza y por qué estamos aquí, algo que no es posible si la diversidad de esa ‘vida’ desaparece. Por tanto, lo que se quiere es conservar la vida en sí, no solo la humana, celebrar la que aún se mantiene y revelar lo que se debe preservar si queremos un futuro donde los humanos y la naturaleza prosperen. Las cosas ya no parecen ser como Charles Darwin propuso en, quizás, la más asombrosa idea de la humanidad: selección natural. La naturaleza alguna vez determinó la manera cómo sobrevivimos, ahora nosotros determinamos cómo sobrevivirá la naturaleza.
Este artículo busca aclarar algunas cosas, porque, aunque sea una mala costumbre, los humanos nos preocupamos por aquello que entendemos. Realmente espero que las prioridades cambien en nuestras mentes porque nos dirigimos hacia un empobrecimiento de la tierra que durará mucho más de lo que el Homo sapiens ha sido una especie.
Bibliografía.
- Rands MRW, Adams WM, Bennun L, Butchart SHM, Clements A, Coomes D, et al. Biodiversity conservation: Challenges beyond 2010. Science. 2010.
- Ginsberg JR. What is conservation biology? Trends Ecol Evol. 1987;
- Reece J, Urry LA, Meyers N, Cain ML, Wasserman SA, Minorsky P V., et al. Campbell Biology. Campbell Biology. 2015.
- Myers N, Mittermeler RA, Mittermeler CG, Da Fonseca GAB, Kent J. Biodiversity hotspots for conservation priorities. Nature. 2000.
5. McKinney ML. Urbanization, Biodiversity, and Conservation. Bioscience. 2006.