La esencia de lo hermoso es la unión en la diversidad.
Felix Mendelssohn
Hace poco menos de un mes (el 21 de marzo para ser exactos), la democracia peruana, imperturbable durante casi 18 años, hacía otro estrepitoso cataplum: nuestro presidente renunciaba. Pero este fin de semana pasado, a solo un mes de aquel hito en nuestra historia democrática, recibimos a nada menos que 28 líderes de nuestro continente americano en casa: éramos, de acuerdo a lo previsto, los anfitriones de la VIII Cumbre de las Américas.
Esta cumbre se celebra cada tres años convocando a los 35 países americanos. Académicamente, se ha resaltado la falta de consenso, hostilidad y heterogeneidad entre sus participantes. Por ejemplo, en el 2009 la cumbre no logró una firma unánime al concluir, y en el 2012 la cumbre no generó ninguna declaración final. O sea, los Estados americanos están más desunidos que Telefónica y la SUNAT.
Este 2018, la cumbre tuvo como lema ‘Gobernabilidad democrática frente a la corrupción’ y sus ejes centrales oficiales eran la gobernabilidad democrática y la corrupción, la corrupción y desarrollo sostenible y aspectos de cooperación, institucionalidad internacional y alianzas público privadas, y, cómo no, la crisis en Venezuela. Otros temas importantes que se planeaban tocar eran la migración y la elevación de tasas al comercio por parte de EE.UU. Esto, en el marco de una evidente inestabilidad política regional –Lula da Silva preso, PPK renunciando, etc- y emblemáticos casos de corrupción, como LavaJato, Panama Papers y Cambridge Analytica. ¿Qué nos dejó este fin de semana largo acontecimiento americano?
Lo que rescatamos
De acuerdo al Internacionalista Francisco Belaunde, ser anfitriones justo en este momento político nos pone un poquito (pero nos pone) en la agenda internacional. Y qué mejor que darle un empujoncito a nuestra reputación como país luego de las avalanchas políticas de los últimos meses.
Además, desde el punto de vista económico, el gran Gonzales Izquierdo nos ilustra con dos puntos a tomar en cuenta respecto a la cumbre:
- Por el mismo hilo que tomó Belaunde, indica que en efecto tiene un impacto positivo en la imagen del país hacia el mundo, y por ende, hacia los inversionistas. El ser anfitrión incide en la confianza, que a su vez afecta positivamente el flujo de las inversiones extranjeras hacia nuestra economía.
- Por otro lado, la cumbre propicia espacios para dar pie a negociaciones de tratados bilaterales que pueden tanto abrir nuevos mercados, como reforzar TLCs ya existentes. A este respecto, Vizcarra tuvo reuniones bilaterales con las autoridades de Bolivia, Canadá, Chile, Colombia, Haití y Honduras.
Y no olvidemos al factor anfitrión máximo: nuestra reciente adquisición política, Vizcarrita. Este fue, en pocas palabras, el momento de brillar de nuestro recién estrenado presidente. Presidir la cumbre le ha permitido a Vizcarra darse a conocer vis-a-vis con mandatarios y autoridades del continente.
La indiferencia de Trump
El gran ausente en la cumbre fue, a claras voces, Donald Trump. Y su ausencia preocupó por dos motivos:
- El más evidente es que dejó en vilo la tensión económica entre el bloque de países latinos y el país yankee. Esta tensión se funda en los aranceles que, según el twitter de nuestro estimado pelirrojo del norte, serán la norma para las exportaciones latinas hacia EE.UU.
- Y el menos intuitivo, pero igual de preocupante, es que esta es la primera vez que EE.UU. no está presente en la Cumbre de las Américas. ¿Por qué preocupa esto? Pues porque fue el propio Estados Unidos quien con su patriarcado capitalista inauguró la primera Cumbre de las Américas en Miami en 1994. En resumidas cuentas, la ausencia del fundador preocupa.
El Compromiso de Lima: ¿fue suficiente?
Si bien el producto final de la cumbre fue el denominado “Compromiso de Lima”, cuyo objetivo principal es lograr la cooperación internacional en la lucha contra la corrupción, los avances regionales que se hagan en aras de la transparencia en la gestión gubernamental dependerán de la disposición que tengan los países de cooperar. Pero con un continente donde coexisten partidos de derecha conservadora y de izquierda radical, dicha cooperación puede ponerse en tela de juicio. Además, la cumbre de dos días no fue espacio suficiente para sentar compromisos en torno a otros temas que aquejan la región, como lo son la migración y las tasas al comercio.
Aparentemente, el mismo problema de heterogeneidad ideológica y de intereses que experimentamos en nuestra política nacional se ve reflejado en la interacción entre los Estados de nuestro continente. La cumbre demuestra, una vez más, que solo la unión hace la fuerza. Pero cuando las relaciones son tan evidentemente tensas entre los bloques ideológicos, ¿cómo vamos a lograr aquella unión necesaria para la cooperación? En este sentido, ¿es suficiente lo que ganamos como país para contrarrestar lo que aún no ganamos como región?