Imagina la siguiente situación: Es un día de verano y decides disfrutar de un refrescante jugo de maracuyá. Minutos después de tomar el último sorbo, empiezas a sentirte extraño. Te pica la boca y los ojos, y decides rascarte (mala idea). En cuestión de segundos, tus ojos se han hinchado como dos pelotas de ping pong, y, para colmo, notas pequeñas ronchas en tu brazo. Esto se está poniendo serio. Tu nariz se congestiona, los ojos te lagrimean como si estuvieras resfriado, y empiezas a toser. De repente, escuchas algo inquietante: un sonido sibilante y agudo cuando intentas respirar (también conocido como sibilancia). En medio de la desesperación, te preguntas: “¿Será este el fin del Hombre Araña?”
La dura realidad es que sí, este pudo haber sido el final, no solo para el Hombre Araña, sino para cualquier persona común. Esto se conoce como alergia alimentaria, y en ciertos casos, puede ser mortal.
Hay que considerar que el cuerpo humano es, prácticamente, un planeta con alrededor de 40 billones de células. El sistema inmunológico es el guardián de este “planeta”, encargado de protegerte de amenazas constantes como virus, bacterias y parásitos. Pero, ¿qué ocurre exactamente cuando el cuerpo confunde ciertos alimentos, como la maracuyá, con una amenaza real?
La alergia alimentaria se define como una respuesta anormal y exagerada del sistema inmunológico ante las proteínas presentes en ciertos alimentos, conocidas como alérgenos. Antes de que ocurra la reacción alérgica, hay una etapa de sensibilización en la que intervienen varios “guerreros” del sistema inmune: células dendríticas, células T, células B y mastocitos. Aunque sus nombres sean peculiares, lo importante es entender que cada tipo de célula tiene un rol específico, y la comunicación entre ellas es fundamental.
Durante la sensibilización, cuando los alérgenos atraviesan la barrera intestinal, son detectados por la primera línea de defensa: las células dendríticas (1). Estas células, con sus “ramificaciones”, reconocen al alérgeno como una amenaza, lo presentan a las células T, y éstas se activan (2). Las células T activadas alertan a las células B, las “fábricas” de nuestra defensa inmunológica (3). Las células B, a su vez, producen anticuerpos específicos, conocidos como IgE, contra el alérgeno (3).
Los anticuerpos son proteínas con forma de “Y” que utilizan sus dos “brazos” para atrapar a los enemigos. Durante la sensibilización, estos anticuerpos se adhieren primero a la superficie de los mastocitos (4). Estos mastocitos, similares a piñatas, están esperando ser activados para liberar los gránulos que contienen en su interior y así combatir la amenaza detectada. Una vez que los anticuerpos IgE se unen a los mastocitos (4), el sistema inmunológico está “armado” y listo para reaccionar la próxima vez que se encuentre con los mismos alérgenos.
Figura 1. Mecanismo de la alergia alimentaria. Imagen modificada de Burks (2008).
Entonces, cuando vuelves a comer el mismo alimento, los alérgenos quedan atrapados en los “brazos” de los anticuerpos IgE (aunque suene romántico, no lo es) (5). Esta unión entre alérgeno e IgE activa a los mastocitos para que liberen histamina y otras sustancias químicas (6), las cuales causan los síntomas característicos de la alergia, como hinchazón, ronchas, picazón y dificultad para respirar (7). Debido a la rápida liberación de estos compuestos químicos, una reacción alérgica suele ocurrir dentro de los 30 minutos a 2 horas posteriores a la exposición.
Pero eso no es todo. Los mastocitos pueden “explotar” en diferentes órganos de tu cuerpo, en la piel o incluso en la circulación, lo que puede provocar una reacción alérgica más grave conocida como anafilaxia. Esta es una reacción sistémica que afecta a múltiples órganos, provocando una caída repentina de la presión arterial, hinchazón de la garganta, mareos e incluso síntomas gastrointestinales. Durante un episodio anafiláctico, la situación es crítica y puede ser una cuestión de vida o muerte. En estos casos, se requieren medidas urgentes y drásticas.
Figura 2. Signos y síntomas de la anafilaxia. Fuente: Fundación BBVA.
Nuestro cuerpo produce una hormona llamada epinefrina, más conocida como adrenalina. Aunque el mecanismo de acción de la adrenalina es tema para otro artículo, en situaciones de riesgo vital, como la anafilaxia, se utiliza una inyección intramuscular de adrenalina como tratamiento inmediato. Esta inyección provoca una serie de cambios fisiológicos cruciales, como estabilizar la presión arterial y abrir las vías respiratorias.
En países del primer mundo, existe un autoinyector de epinefrina, similar a un bolígrafo, que permite administrar una dosis de adrenalina en casos de anafilaxia. Aunque puede parecer traumático, es necesario insertar enérgicamente la aguja del dispositivo en la parte externa del muslo. Sin embargo, en Perú, el “EpiPen” no está disponible, por lo que es necesario acudir a un servicio de emergencias y esperar que te administren la inyección antes de que sea demasiado tarde.
Figura 3. Autoinyector de epinefrina de marca “EpiPen”. Fuente: Centro del Alérgico
Lamentablemente, no existe una cura para la alergia alimentaria. Lo más recomendable es realizarse controles médicos con un especialista en inmunología y alergias para obtener un diagnóstico y tratamiento precisos. Además, es crucial evitar los alimentos que causan alergias, leer cuidadosamente las etiquetas de los productos envasados, lavarse las manos y limpiar las superficies del hogar.
Ahora que entiendes cómo puede sobrerreaccionar tu sistema inmunológico, ¿ya te has realizado un chequeo médico con el especialista? Mejor prevenir que lamentar.
Editado por: Khrisse Suazo