Ya sea en tiempos de exámenes, proyectos laborales o situaciones con metas específicas, solemos usar un arma de doble filo: la autoexigencia. Esta nos puede hacer más productivos, ya que nos alienta a “movernos” para conseguir nuestro objetivo, pero cuando se torna demasiado intensa puede llevarnos al fracaso, la ansiedad o la disconformidad al catalogar lo hecho como “insuficiente”.
La autoexigencia hace que tengamos unas expectativas muy altas y que cuando los resultados que esperamos no llegan, lo más probable es que nos desmotivemos. En ese momento, es más probable que abandonemos nuestras metas y nos sintamos frustrados #GentePosparcial.
¿De dónde nace?
La autoexigencia surge de la combinación de las presiones externas junto con el miedo hacia lo incontrolable. Las normas que vamos aprendiendo a lo largo de nuestras vidas se pueden traducir, o no, en presiones, dependiendo de cómo uno interiorice los mensajes que se le presenten desde las diferentes fuentes externas como la cultura (Occidente y la competitividad), la familia (exigencias de los padres), la educación (la vida escolar) o las relaciones sociales (la influencia de nuestros pares: amigos, pareja).
A modo de ejemplo, imagina que estás preparándote para tu primera PC de Mate. A eso súmale que es una bica, tu profe es machetero y tienes dudas sobre la dificultad del examen; así que como todo buen inicio te confías y a la de Dios recurres a la autoexigencia para obtener una nota al menos aprobatoria. Pero ¿y si, a pesar de ello, no llegas al objetivo?
¿Cómo afecta a las personas?
Cuando uno genera autoexigencias que le interfieren en su vida, los presenta como “debo” o “tengo que”. Esto se siente como una norma rígida de la que uno no puede salirse, una donde “no se puede fallar” y que cuando finalmente se traduce en ansiedad porque las normas son muy rígidas, acaban paralizando a la persona.
Esto afecta a todas las personas en cierto modo; pero lo hace en mayor o menor medida dependiendo de la conciencia que se tenga de la “rigidez” de dichas normas. Ahora, ¿Qué características tienen las personas muy autoexigentes?
- Perfeccionismo: establecer metas demasiado altas hasta el punto de no ser realistas y lleva al error de pensar que uno no es lo suficientemente bueno.
- Miedo al fracaso: negarse a la posibilidad de fallar y sentir que el mundo se derrumba cuando sucede.
- Falta de motivación real: establecer metas en función a expectativas de los otros (padres, profesores, amigos).
- Necesidad constante de logro: al relacionar el mérito con la autoestima.
- Sobreesfuerzo: al abarcar muchas tareas y sacrificando por ello las actividades de ocio, siendo el golpe mucho más fuerte ante el fracaso al percibir la “inutilidad” del sacrificio realizado.
Asimismo, en muchos casos, las personas que sufren de una autoexigencia demasiado excesiva pueden derivar en patologías psicológicas como la depresión, la ansiedad y un exceso de estrés.
¿Cómo solucionarlo?
Lo fundamental para beneficiarnos de la autoexigencia es encontrar un equilibrio que respete la realidad y las metas que tenemos en mente. En ese sentido, estos son algunos cambios que podríamos tener en cuenta:
- Metas cortas: Aprovechar la autoexigencia para metas logrables del día a día en lugar de una meta muy a largo plazo, cuyo final nos parece imposible y conlleva frustración, desmotivación y abandono. Considerando el ejemplo del curso de Mate, enfocarnos más en el control de mañana que en el promedio final de tres meses después.
- Ser realista: La sobreexigencia va de la mano con un idealismo demasiado utópico hacia la vida. Antes de establecer metas completamente irrealistas, mejor es comprender cuál es tu situación actual y cómo la puedes mejorar a través de las herramientas de que dispones. Es bueno soñar con un 20 de promedio en Mate, pero ¿será realista?
Para los chancones quizá sí, pero eso es otro tema.
- Aceptación del error: Nadie es perfecto, conocer nuestras limitaciones es vital para aceptar que somos susceptibles a cometer fallos. Aceptar que quizá pudimos jalar una PC pero no por eso se acaba el mundo.
A menos que seas trica (?)
- Considerar nuestro ciclo emotivo: Todos tenemos días buenos y días malos. Exigirse en los momentos que estamos de bajón no sólo será contraproducente, sino que además hará que aumente la frustración en muchos sentidos.
En suma, la sobreexigencia o autoexigencia no es necesariamente mala; pero si llega al punto donde más que servirnos de enfoque nos hunde cuando no obtenemos los objetivos deseados, ¿valdrá la pena continuar con ello?
Edición: Paolo Pró