El pasado domingo 7 de julio estuvimos en vilo hasta el comienzo de la final de la Copa América. Las expectativas del juego eran elevadas y las del resultado, optimistas. Tras la victoria ante Chile, las emociones estaban altamente contenidas y aguardaban liberarse en noventa minutos de contacto y gallardía ante el siempre complicado seleccionado de Brasil. El resultado ya es conocido, y el respaldo de la población al equipo nacional también. Ante la efervescencia vivida en un mes de fútbol, resulta claro que este deporte es importante en la vida de un peruano. Sin embargo, sería interesante conocer qué tan importante debería serlo.
Si recordamos todas las historias que pueden ocurrir en un partido de fútbol, se podría descubrir por qué se le llama deporte rey. Mencionemos algunas de ellas y recordemos algunas de nuestras propias anécdotas: ganar con justicia; perderlo o ganarlo todo en el último minuto; ser el mejor y aun así fallar un penal; remontar un resultado imposible; cobrarse las revanchas impensables. Pareciera que la naturaleza del fútbol se aproxima bastante a la biografía de cualquier persona. Tal vez sea esto lo que desata las pasiones más profundas de los que más admiran este deporte: la similitud entre noventa minutos y una vida. Si le agregamos a esta vinculación emocional factores personales, culturales, nacionales y hasta nacionalistas; bueno, ciertamente el fútbol puede llegar a alcanzar una relevancia subjetiva inobjetable.
Veamos ahora un posible aspecto negativo de esta efervescencia. Entre las principales críticas que se le hacen al fútbol se encuentran las dos siguientes: la baja o nula importancia relativa que debería tener frente a aspectos como política o economía; y el uso que se le da al mismo como gran generador de las conocidas “cortinas de humo”.
Sobre lo primero, coincido parcialmente con la idea. No concuerdo con la postura de que su importancia debería ser nula. Considero que todo aquel que lleve la banda blanquirroja en el pecho debería dignificarla siempre, tanto el presidente como un deportista. Pues ambos nos representan, pues ambos deberían ser lo mejor que tiene el país en sus respectivos campos. No obstante, sí creo que son los políticos quienes deberían recibir nuestra mayor exigencia: a diferencia de la banda del deportista, la cual es ganada a través del esfuerzo; la que porta un político nosotros se la encargamos. Parece ser cierto lo afirmado por Jorge Valdano: “el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes”.
Sobre lo segundo, bueno, tampoco puede negarse tal realidad: el fútbol es usado repetidas veces por actores políticos y medios de comunicación como instrumento de distracción. Usar al fútbol como cortina de humo es frecuente debido a su índole mediática. Para mencionar un ejemplo reciente, solo basta recordar la solicitud del fiscal Víctor Rodríguez planteada a la Corte Suprema que anulaba la prisión preventiva de Keiko Fujimori, cuatro horas antes del partido contra Chile. Como este hay más casos y más escandalosos inclusive. Sin embargo, el sublime deporte no debería enturbiarse por lo irresponsables que podríamos llegar a ser a veces nosotros. Pues para exigir a los políticos deberíamos conocer qué debemos exigir y por qué. ¿Cómo podríamos reclamar por algo que tampoco nos dedicamos lo suficiente a conocer? Eduardo Galeano comentaba que el fútbol era el nuevo opio del pueblo mientras hinchaba por su selección en pleno mundial.
Al menos en este lado del mundo será muy difícil que el fútbol pierda su importancia subjetiva, sobre todo ahora que vamos mejorando en ello. Sería bueno que mejoremos en lo demás también. Los Juegos Panamericanos son una gran oportunidad para conocer a todos los que merecen nuestro mismo apoyo, a los valientes que llevan las bandas blanquirrojas en sus respectivas disciplinas; y para ser sigilosos y exigir disciplina a los que trabajan en el Centro de Lima.
Bien decía Daniel Peredo que el fútbol siempre es un pretexto para una alegría. Hagamos que no sea el único que tengamos.
Edición: Daniela Cáceres.