Nuestra generación más abundante está sometida a medios de comunicación masivos cuyo impacto negativo aún no hemos comprendido o solucionado.
Estamos al comienzo de la era post–millenial. La nueva generación más abundante globalmente es la generación Z, el conjunto de personas nacidas a partir de 1995 (aunque para algunos demógrafos, desde el 2000). Esta generación de nativos digitales que se inserta de a pocos en un mercado laboral que recién se acostumbraba a los millenials, ahora forma el 32% de la población global. La porción que supera la mayoría de edad no es grande y, sin lugar a duda, aún no representa una tajada tan importante de la población económicamente activa. Sin embargo, las características que gobiernan este grupo dictan el futuro de la economía mundial.
Salvando distancias por las evidentes diferencias entre países y regiones, el rasgo predominante y que define al grupo es la inmersión tecnológica de nacimiento. Criadas por el smartphone o la tablet con Pocoyó, las personas de esta generación han tenido un acceso a material virtual y a la Internet desde la más tierna infancia. Los usuarios de tecnología que ya tienen cierta independencia (por ejemplo, los prepúberes con iPhone) interactúan instintivamente con la información que se hace disponible en las aplicaciones y sitios web que frecuentan.
No es ninguna sorpresa que la atención de muchas personas sea enteramente secuestrada durante horas por la cascada infinita de estímulos que ofrece Facebook, Instagram, Twitter, entre otras redes. Psicofisiológicamente el vínculo entre una salud mental deteriorada y el uso de redes sociales ha sido demostrado en varias ocasiones, sobre todo en adolescentes universitarios o escolares. La dependencia creada por los estímulos computacionales es grave y puede crear síntomas de abstinencia como los observados en procesos de adicción al alcohol o la nicotina.
Es posible que algo bueno salga de esta interacción. Jamás en la historia nos hemos enfrentado a fuentes de inspiración tan diversas, variadas y fugaces; pero la ligereza con la que atraviesan nuestras retinas no augura nada bueno. A pesar de que la barrera es difusa, las personas que navegan por internet distinguen en el continuo bombardeo informativo lo que les interesa de los cientos o miles de avisos publicitarios que pueden encontrar en línea. Esta generación cierne día tras día información que contiene una abundancia insólita de material publicitario, hecho a la medida para convencer a distintos sectores de la población global de tomar decisiones (comprar, vender, firmar peticiones, regalar likes, compartir, suscribirse, 1 like = 1 oración, etc., etc., etc.).
En 2007 se estimó que una persona normal se expone a 4000 formas de publicidad cada día. Sin duda este número aumenta exponencialmente en relación con el tiempo pasado en línea. La interacción de cada consumidor con cada elemento de publicidad lleva años siendo analizada mediante procesos automatizados, para modificar la forma en la que se presenta y hacerla más poderosa, imperceptible e influyente. Actualmente, la influencia total que posee esta forma de información sobre nuestras vidas es enorme y la generación más abundante en el planeta que ya va acumulando el poder para tomar las decisiones más relevantes se la traga com-ple-ti-ta por más de 3 horas diarias.
¿Cuánto tiempo será necesario para revertir el control sobre la información que es impuesta en personas inconscientes?
Edición: Daniela Cáceres