La dieta paleo, del Paleolítico y otros mil nombres, aparece cada vez más en la carta de restaurantes. A quién no le jalaría el ojo comer como lo hacían nuestros antepasados, 10 mil años atrás. Pero ¿de qué trata esta dieta? y, más importante aún, ¿qué nos puede enseñar de la evolución humana?
La dieta paleo se basa en utilizar alimentos que los humanos del Paleolítico, antes de que el hombre aprendiera a sembrar, habrían tenido disponibles. Si seguimos esta dieta, podemos ir olvidándonos de consumir cereales, como el trigo; legumbres como frijoles o lentejas; productos lácteos, alimentos domesticados como la papa; y ni hablar de alimentos procesados.
Esta dieta de la Edad de Piedra nació cerca del año 1985 en base a una propuesta para explicar por qué tanta gente padece enfermedades relacionadas al sedentarismo como obesidad, diabetes, y problemas cardiovasculares. La dieta paleo sostiene que el cuerpo humano tiene muchas características de una era menos civilizada, por lo que no hace match con el estilo de vida que como sociedad tenemos actualmente.
Para esto, asume que 1) la dieta del pasado era universal, 2) que en 12 mil años no hemos tenido ningún cambio microevolutivo y 3) que nuestra dieta está determinada totalmente por mecanismos genéticos. Ver la historia de la dieta humana de esa manera es problemático y demasiado simplista.
Lo que comía un africano no era lo mismo que comía un asiático. La alimentación dependía de la geografía, de la disponibilidad de alimentos, las estaciones y las condiciones climáticas. Además, el cambio de ser cazadores-recolectores a agricultores fue un proceso que se dio durante gran parte de los últimos 14 mil años, por lo que el supuesto missmatch no fue algo automático.
Entre los cambios evolutivos que tuvimos relacionados a nuestra dieta en los últimos 20 mil años destacan la variación de genes que codifican para la amilasa (enzima que nos ayuda a procesar carbohidratos) dependiendo de nuestro consumo de almidón y la persistencia de la lactasa (enzima que nos ayuda a procesar la lactosa) en poblaciones de pastores.
Por último, es muy importante recordar que la mayor parte de nuestro comportamiento en cuanto a qué comemos lo aprendemos socialmente, más no instintivamente. Aquí entran a tallar nuestras preferencias en sabores, por qué detestamos lo que detestamos, en cómo identificamos qué es comida y que no, y en cómo combinamos nuestros alimentos, ¿pizza con piña?. Sin ir muy lejos, comer cuy aquí es tan normal como lo sería de anormal en Europa, así como probablemente tú detestes consumir insectos, pero otras personas no. Casi todo depende del ambiente y las condiciones en las que nos desarrollamos. De la cultura y construcciones sociales.
Si bien hay estudios que encuentran que la dieta paleo te ayuda a adelgazar, a tolerar mejor la glucosa, a mejorar la presión arterial y a reducir grasa, faltan más investigaciones de sus efectos a largo plazo. Además, es una dieta cara que te deja aguja, por lo que no es accesible para todos y se puede tener los mismos resultados con otras dietas y ejercicio.
La dieta humana ha sido guiada por un comportamiento flexible condicionado por la ecología del lugar de desarrollo y el aprendizaje social. Si elegimos la dieta paleo como una solución al problema de las enfermedades metabólicas y del corazón debemos tomar en cuenta que estamos teniendo una visión incompleta de nuestro entendimiento de la dieta humana y que asumimos que estamos hechos para un estilo de vida Paleolítico genéticamente determinado.
Al parecer, no existe una dieta humana evolucionada. Volver a un estilo de vida fiel a nuestra “naturaleza” es inconsistente con nuestro desarrollo de hábitos alimenticios. Si queremos alcanzar una nutrición óptima , sobre todo en poblaciones de riesgo, debemos comprender la naturaleza versátil de nuestra dieta y tomar en cuenta el factor social. No todas las personas tienen las mismas posibilidades y no todas las poblaciones se han desarrollado en el mismo ambiente. El objetivo de este artículo no es cuestionar los beneficios o no de la dieta paleo a nuestra salud, sino los supuestos en los que se basa, que nos dan una idea errónea de nuestro cuerpo y de la evolución humana.
Igualmente, cada uno decide cómo quiere alimentarse ¿cierto?
Editado por: Daniela Cáceres