En este enero lleno de vaivenes políticos, el descontento ciudadano hacia quienes gobiernan el país no pasa desapercibido. Las noticias han dejado perplejos a muchos, y entre los protagonistas de este drama se encuentran Rafael López Aliaga y Dina Boluarte, cada uno en el ojo de la tormenta por razones tan diversas como intrigantes.
Durante la serenata por el 489 aniversario de Lima, el alcalde metropolitano, Rafael López Aliaga, experimentó un momento incómodo al ser recibido con abucheos y exigencias de que abandonara el escenario, segundos después de subir a dar su mensaje.
La reacción del público fueron contundentes gritos de “¡Fuera!, ¡Fuera!, ¡Fuera! ¡No al peaje!” ¿La razón? Un cúmulo de desencantos acumulados por la ciudadanía, grito colectivo que denuncia la desconexión entre el discurso político y las verdaderas necesidades de la gente. Revelando la insatisfacción y el descontento de una gran parte de la ciudadanía con la gestión del burgomaestre; específicamente, con la polémica del peaje, tema que ha estado generando mucho que decir en estos días.
Por otro lado, la visita de la presidenta Dina Boluarte en Ayacucho y el tirón de cabellos que capturó la atención pública han generado opiniones contrapuestas desde diversos sectores, planteando interrogantes sobre la seguridad en el país y resaltando la preocupante polarización política que enfrenta la nación. Este acto simbólico, más allá de ser un simple incidente, se convierte en un reflejo de las luchas internas y rivalidades entre los representantes. La ciudadanía, una vez más, se encuentra en la encrucijada de cuestionar la integridad de aquellos que supuestamente los representan.
Es comprensible cuestionar la gestión de Boluarte, especialmente en un contexto en el que las encuestas reflejan un rechazo generalizado. Sin embargo, el acto de jalonearla de los cabellos y zarandearla va más allá de las críticas políticas legítimas y se configura como un ataque inaceptable al orden institucional. La situación ha sido también ejemplo de que, si no podemos proteger al primer mandatario de un país, independientemente de quién ocupe el cargo, estamos frente a una situación grave que indica que la inseguridad alcanzó todos los niveles. La falta de eficacia en la respuesta de la Policía Nacional ante este incidente refuerza la necesidad de una evaluación y reforma inmediata en los mecanismos de seguridad.
Ante todo esto, debemos reflexionar sobre la normalización de la violencia en la sociedad peruana. La agresión a una figura política no debería ser considerada como parte del juego político, sino como un peligroso indicador de una sociedad que, de manera preocupante, está tolerando y aceptando la violencia como una forma de expresión. Este hecho resalta la necesidad de promover un cambio cultural que rechace la violencia como medio para resolver diferencias fomentando un diálogo constructivo como vía para la resolución de conflictos.
El descontento ciudadano encuentra en este distanciamiento una razón más para cuestionar la efectividad y la transparencia de las decisiones que afectan directamente sus vidas. El desencanto hacia los representantes políticos se intensifica. La ciudadanía, cansada de promesas vanas, gestos teatrales y decisiones que parecen distantes de sus verdaderos objetivos, manifiesta su inconformidad de esta manera.
La pregunta que resuena es clara: ¿cómo pueden los líderes recuperar la confianza ciudadana y reconectar con las verdaderas preocupaciones de la gente? La respuesta parece estar en la transparencia, la empatía y, sobre todo, en demostrar con hechos que están verdaderamente comprometidos con el bienestar de quienes representan. El descontento persistente, las redes sociales, los abucheos en eventos públicos y los titulares de prensa son el eco de un malestar, y los ciudadanos aguardan ansiosos por un cambio con respuestas claras y acciones concretas.
Edición: Cristobal Contreras