En España a finales de junio, unas 150 salas de cine reabrieron sus puertas coincidiendo con el inicio de la “nueva normalidad”. La película escogida para el retorno a la actividad no fue uno de los tantos estrenos aplazados por la crisis del coronavirus, sino más bien un clásico de la talla de ‘Cinema Paradiso’ del italiano Giuseppe Tornatore. Sin duda, una elección acertada puesto que el filme refleja como ningún otro la nostalgia de volver a sumergirse en la oscuridad de aquellos recintos donde se proyectan infinidad de historias a la vez que se viven momentos inolvidables.
Paulatinamente, con el temor a un futuro rebrote, las actividades del día a día se han ido reactivando, adaptándose a las nuevas circunstancias y adoptando las medidas necesarias a fin de poder afrontar la pandemia. Aunque todavía se están planteando los protocolos para su reapertura en el Perú, la experiencia de ir al cine vuelve a ser factible en varios países del mundo. De hecho, pese a las diferencias, el cierre temporal de las salas ha permitido el renacimiento de alternativas como los autocines en la capital. En todo caso, el tiempo transcurrido sin dichos espacios abiertos al público permite reflexionar sobre su rol en la actualidad, habiendo tantos medios disponibles para la visualización de películas.
Sin desacreditar ni minimizar las ventajas de cada dispositivo, está fuera de discusión que la pantalla grande se mantiene como la única capaz de brindar una experiencia fidedigna del ritual que conlleva ver una película. Es por ello que para muchos adentrarse en la penumbra de las salas resulta tan entrañable como lo escenifica Giuseppe Tornatore. Antes de dedicarse a la dirección, el entonces joven realizador trabajó de proyeccionista en los cines de Bagheria, su pueblo natal, al sur de Italia. Luego de recopilar los relatos de viejos operadores durante la década de los ochenta, construyó el guion de lo que sería su segundo largometraje y obra magna, Cinema Paradiso (1988).
Ganadora del Óscar a la mejor película de habla no inglesa, se enfoca en los recuerdos de la infancia y adolescencia de Salvatore, un renombrado cineasta, y su relación de amistad con Alfredo, el antiguo proyeccionista del cine pueblerino, en la Italia de la posguerra. Durante el trayecto, el pequeño “Totò”, guiado por su mentor en el oficio de operador, desarrolla una pasión por el cine a medida que va creciendo hasta convertirse en un joven que como cualquier otro experimenta las sensaciones del primer amor y se ve enfrentado a las dificultades de su realidad.
Antes de partir a Roma por recomendación de Alfredo, Salvatore recibe un último consejo de su viejo amigo: “No te dejes engañar por la nostalgia”. Y es que no quiere que Totò se vea encadenado a las riendas del pasado y al pequeño pueblo de Giancaldo. Habiendo reemplazado a la figura paterna ausente por las desgracias de la guerra, Alfredo refleja en él sus sueños frustrados y la oportunidad simbólica de verse realizados. Sin embargo, al enterarse de la muerte de su cercano compañero, Salvatore rompe su promesa de no volver, embarcándose en un viaje a la nostalgia.
Justamente, la base del filme es un recorrido por la memoria del protagonista, acompañado de la inolvidable música compuesta por el recientemente fallecido Ennio Morricone y su hijo Andrea. Las campanas de viento evocan los recuerdos de Salvatore de su amistad con Alfredo, la relación con su madre, las experiencias del primer enamoramiento, las travesuras de niño, los dilemas de la juventud, y las vivencias con los peculiares habitantes de la cotidianeidad de Giancaldo. Pero también la película representa una carta de amor a los cines de antaño donde vio pasar en la gran pantalla a las figuras representativas del Hollywood clásico, donde contempló las desgarradoras imágenes registradas por los neorrealistas italianos, donde se rio con las comedias del mítico Totò y las mudas de Chaplin, donde presenció cómo sus vecinos lloraban desconsoladamente con los melodramas, entre otros momentos.
Gran parte de las nuevas generaciones no han tenido la oportunidad de asistir a una de las funciones de aquellos cines de barrio como el de Cinema Paradiso. Por el contrario, al igual que sucede en el filme, la mayoría de los que se encontraban en Lima dejaron de funcionar siendo utilizados con otros fines, demolidos o reconvertidos en locales triple X para adultos. Esto debido a la aparición de la televisión y los formatos de video, al arribo de las grandes cadenas de multicines y, ahora último, a la proliferación de plataformas digitales. Sin embargo, eso no significa que el hecho de ir al cine haya perdido relevancia: hasta antes de la pandemia, la gente invadía los cines para ver la película que estuviese de moda. Fuera del debate si deberían apoyar cierto tipo de contenido en vez de otro, se mantiene como una de las actividades de ocio predilectas por muchos niños, jóvenes y adultos que buscan distraerse con las historias proyectadas en la gran pantalla y pasar un buen momento con sus familias, parejas e inclusive en solitario. Habrá que esperar a que la situación se normalice para volver a adentrarse en la entrañable oscuridad de las salas.
Edición: Kelly Pérez V.