¿Por qué “mirar con libertad” es hoy tan urgente en el Perú?
No hay que tomar a la ligera el lema de la edición número 22 del Festival de Cine de Lima, evento organizado por la Pontificia Universidad Católica del Perú con el apoyo de diversas instituciones y empresas nacionales. Y es que “Mira con libertad” parece ser una especie de respuesta, un acto que escribe “de vuelta” a una de los tantos intentos de censura con los que el desesperado congreso peruano actual nos ha salido últimamente.
Bajo la fachada de preocupación por evitar la realización de “apología al terrorismo”, la bancada fujimorista (¿cuál más?) presentó un proyecto de Ley de Cine a inicios de junio, que pretende “establecer lineamientos y regular la actividad cinematográfica”, según se lee en el artículo 9 del capítulo 3 del documento. Como no es difícil de deducir, esta “regulación” es simplemente la formalización de los intentos – mejor dicho, patinadas– del congresista Edwin Donayre y la actriz y actual candidata a regidora Karina Calmet de reescribir la historia en todos los ámbitos culturales posibles. El espacio peruano del cine, sin embargo, les está plantando desde un comienzo la pelea.
En la edición de este año, el espectro temático de la selección de producciones nacionales, tanto ficcionales como documentales, es extenso por su variedad. En contra de lo que “la fuerza número 1” quiere (hacer) creer, el cine peruano da cuenta de formas de violencia y no por eso es terruco. Si bien escenas de tortura como las crudamente escenificadas en La casa rosada (2018) son precisamente necesarias para esta sociedad que somos, la violencia en el Perú se manifiesta de múltiples maneras y se extiende y va dejando heridas y traumas en múltiples direcciones. Wiñaypacha (2017) de Tito Catacora, la estrella del Festival pasado (que volverá a ser ahora presentada) y que obtuvo gran éxito en su estreno comercial este año, nos muestra que la ausencia del Estado es también un modo de hacer violencia.
Las sucesoras en esta edición de las películas mencionadas parecen ser La búsqueda de Mariano Agudo y Daniel Lagares, Todos somos marineros de Miguel Ángel Moulet y Mataindios de Óscar Sánchez Saldaña. Ambientadas en diversos contextos del país (un puerto, un pueblo serrano de fiesta, entre otros), las historias que estas producciones narran son en consecuencia diferentes. No obstante, son valiosas continuaciones de esa insistencia reciente por parte de nuestros directores de operar sobre esa Historia en mayúscula e insertar en ella aquellas historias en minúscula, marginadas o silenciadas por ese discurso que se disfraza (como el congresista Donayre) como uno armónico, que equivale crudeza y sinceridad con terrorismo.
Que el propio presidente Martín Vizcarra haya inaugurado el 22 Festival de Cine de Lima es algo que tampoco debe tomarse a la ligera. Como se recuerda, en el tan alabado Mensaje a la Nación el último 28 de julio, al menos prometió enfrentarse “con firmeza” “a los delincuentes, a los ladrones, a los criminales y a las mafias” y, refiriéndose al terrorismo, afirmó que su gobierno no permitirá que el pasado retorne. Por lo que se rescata de su discurso, parece que el mandatario entiende que, durante ese pasado que menciona, el terrorismo no solo atacó de un lado. Y eso es lo que muchas de las películas de las ediciones pasadas y de las de la edición de este año que él inauguró procuran que no se olvide.
El festival termina este sábado 11 de agosto. Si bien esta semana será un reconfortante espacio para “mirar con libertad”, como lo dice el lema, no olvidemos que para que esto continúe es necesario que primero se pueda “crear con libertad”. Y esta es una cuestión en la que, como industria, no podemos dejar que se retroceda.