La ciencia no siempre descubre cosas impresionantes. Muchos científicos pasan décadas entregados por completo al estudio de porciones muy específicas del conocimiento, por ejemplo algunos sistemas muy intrincados dentro de una célula, la formación de algunos tejidos, o el comportamiento de algunos animales bajo ciertas condiciones. Estos científicos aumentan la cantidad del conocimiento total de la humanidad, lo que le da un valor a lo que hacen incluso a pesar de que a veces tenga una utilidad muy limitada; sin embargo lo que todos esperamos realmente es llegar a un descubrimiento espectacular e inesperado, un accidente dorado que nos dé la base para replantear los paradigmas de la realidad y acelere la llegada del futuro (y de paso ser temporalmente el nuevo Nekroos de la ciencia). Distintas instituciones, empezando por los premios Nobel para algunas materias, recompensan a los científicos de larga trayectoria que han dedicado su vida a temas de gran relevancia. Quienes construyeron el conocimiento previo no necesariamente ganan el premio, sino aquellos que condujeron directamente la investigación que produjo los cambios beneficiosos para los seres humanos, quienes luego haciendo justicia a sus antecesores dirán “si vemos más lejos es porque estamos sentados sobre hombros de gigantes”, y recordaremos en los libros.

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Un ejemplo de investigación relevante pero “no aplicable”: al alterar artificialmente la cola de una gallina, esta se mueve de manera similar a como se piensa que lo hacían los dinosaurios.

En esta sopa de antecedentes y descubrimientos que se persiguen cíclicamente en la historia, sobresalen los científicos capaces de generar conocimiento descentralizado y transversal a distintas ramas de la ciencia, además de los repitentes que enumeran en su vida académica más de un gran descubrimiento; personas que de una u otra forma escapan al ritmo cíclico de la ciencia. Quizás es fácil pensar en polímatas antiguos como Aristóteles (realmente antiguo), o Da Vinci (un poco menos antiguo), personajes casi míticos que vivieron en una época en la que el aprendizaje no era tan especializado y el ingenio te empujaba necesariamente hacia muchos costados del conocimiento. A pesar de que ahora hay que abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo académico a punta de diplomados, doctorados, postdocs, y una infinidad de especializaciones que en apariencia reducen hasta lo micrométrico el área de labor de cada uno (como parte de un sistema científico que puede ser cuestionado desde distintos costados), sobreviven algunos científicos tan destacables como polémicos. Sobrevivientes de un gran grupo formado por grandes  como Richard Lewontin, David S. Wilson, Richard Feynman, Stephen Jay Gould, Robert Sapolsky, o el mítico Carl Sagan; científicos modernos cuya trayectoria de medio siglo o más abarca una parte de la ciencia básica, la postulación de teorías revolucionarias (con su correspondiente “Batalla de Gallos” entre colegas científicos), la capacidad invaluable de difundir la ciencia, reflexionar sobre el quehacer científico, y, sobretodo, delinear el futuro.

Este lunes (10 de junio) cumplió 90 años Edward Osborne Wilson, un provocador científico a todo dar, estudioso de sociedades de hormigas, responsable de una teoría esencial para la conservación de la biodiversidad, defensor de polémicas interpretaciones sobre la evolución de la sociedad humana, y esmerado divulgador científico, labor que le ha merecido dos premios Pulitzer (1979 y 1990). Actualmente, retirado en Massachusetts, Estados Unidos, E. O. Wilson escribe su 32do libro, y defiende su objetivo más ambicioso: el proyecto de conservación de medio planeta. El proyecto Medio Planeta consiste en que los seres humanos dejemos la mitad del espacio terrestre y marino libre para las otras especies en las próximas décadas, para garantizar la conservación del mínimo necesario de especies en un planeta saludable que asegure al mismo tiempo la supervivencia de los seres humanos.

Como regalo por su cumpleaños, E. O. Wilson solo pide que nos sumemos a una campaña de identificación de biodiversidad local, a través de la aplicación iNaturalist, como está detallado en esta página de la fundación por la conservación E. O. Wilson.

 


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