Como sabemos, los esfuerzos de muchos países ahora se concentran en frenar al COVID-19. Cada día todos estamos a la espera de las nuevas estadísticas de infectados y decesos en el mundo; y también a la espera de noticias sobre cómo las medidas implementadas en nuestro país han fallado (sí, muchos hemos leído ESE artículo de The Guardian). Sin embargo, entre la avalancha de información agobiante, todos estamos pendientes de la mejor noticia que nos podrían dar: la vacuna.
Pensar en que no estamos esperando que llegue la noticia de una cura al coronavirus es mentira. De una manera u otra, ya sea que seas un poco escéptico a que la cura llegará estos meses o que tenemos que esperar mucho tiempo, todos estamos ilusionados con esa noticia. Pero, con toda la ansiedad que existe alrededor del mundo por encontrar esta cura, aliviar la convulsión que han atravesado varios sistemas de salud, y por fin regresar a la “normalidad”, cabe preguntarnos: ¿de verdad esa normalidad llegará tan rápido cuando se encuentre la vacuna?
Diferentes centros de investigación de salud y enfermedades epidemiológicas alrededor del mundo han tenido como objetivo encontrar una vacuna que pueda ser la solución a esta pandemia. Con el pasar del tiempo la presión a la ciencia aumenta, conforme aumenta la cantidad de fallecidos. Asimismo, aumenta el interés por encontrar la vacuna para ser el primero en distribuirla. No obstante, detrás de ese interés altruista a veces viene uno más lucrativo y cuestionable, el cual tiene a la mira a las industrias farmacéuticas y laboratorios.
El derecho de propiedad intelectual permite que aquella persona o industria que descubra o invente algo está en su derecho de registrar dicho descubrimiento o invención mediante una patente, derecho de autor o marca, que le permitirá lucrar con ello. Una de las razones para promover la protección de la propiedad intelectual viene por el deseo de fomentar que las mismas industrias o personas compitan por descubrir o inventar algo innovador que pueda ser de utilidad para muchas personas, y a la vez puedan generar ingresos con ello. Sin embargo, ahora, en el contexto de incertidumbre y preocupación que estamos viviendo por el coronavirus, ¿el único incentivo para encontrar la cura es poder lucrar con ella antes que nadie, o priorizar su distribución en el mundo para contrarrestar el avance de esta enfermedad?
Este es un dilema que generará controversia a medida que transcurra el 2020, pero por el momento parece que diferentes autoridades ya están tomando una posición al respecto. El 14 de mayo diversas autoridades de la salud y jefes de Estado, entre ellos los presidentes de Sudáfrica, Senegal y Ghana, firmaron una petición para que las vacunas que se descubran y produzcan para enfrentar al coronavirus puedan ser accesibles a todos; es decir, sin ninguna especie de restricción (como significan las patentes). En otras palabras, el hecho de que el descubrimiento se dé por parte de una sola empresa y ocurra la generación de una patente, no significará que las personas que más lo necesiten tendrán que pagar un precio elevado para acceder a la vacuna por el monopolio que se podría generar. Por su parte, el gobierno chino aseguró que una posible vacuna china contra el coronavirus sería un bien público mundial esperemos que no sea un cuento chino.
En conclusión, falta más compromiso por parte de las autoridades nacionales, las organizaciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, y las industrias farmacéuticas para poder hacer realidad esa distribución equitativa de la vacuna a todos los países que lo necesitan. Más aún, la lucha por ser el primero en adquirir un gran lote de estas medicinas podría generar conflictos y escasez (muy en parte por la producción que puede que no llegue a abastecer a todos). Pero, ante una oportunidad milenaria, las empresas farmacéuticas deben anteponer la ética y sus compromisos con la sociedad, y evitar lucrar con la desesperación de los otros.
Edición: María Gracia García