Una sola palabra: horror. Pocos sociólogos causan tanto horror como Pierre Bourdieu. Sí, por su escritura, su estilo y sus oraciones enredadas entre un concepto y otro, entre una situación y otra. Aun así, existe cierta tentación a tocarle la puerta, a preguntar imaginariamente por sus ideas ante la observación de cualquier acto en el mundo. Pensamos que tanto aderezo al momento de escribir no ha sido gastado en vano. Algo debe de saber, algo tendrá que decirnos. Algunos están dispuestos a atravesar el desafío y otros no. Cada uno tiene sus razones. Sin embargo, la pregunta está implícita en ambos: ¿por qué escribe en “difícil”?
Hay que decir que podemos encontrar un Bourdieu “denso” y uno más “suelto”. El Bourdieu “denso” es el de sus libros pensados como libros, el de los edificios empíricos y teóricos de 600 páginas o el de las recopilaciones de trabajos publicados en algunas revistas especializadas. Son libros elaborados para un público invisible desde una tradición particular, lo que determina el lenguaje, los modos de presentar una idea y las formas de comunicar un descubrimiento. Hay un estilo del yo, pero sobre todo una tradición típicamente francesa. El Bourdieu “suelto” es el de los libros no pensados como libros, sino como resultados de una conferencia o de la experiencia de un curso. Aquí hay un Bourdieu en interacción, en conversación con personas visibles.
Una porción importante de profesionales de las ciencias sociales piensa que el verdadero Bourdieu está en su “densidad”, en aquellos trabajos donde suponen que se revelan las estructuras profundas de la vida social. Así, programan para sus cursos las endemoniadas 600 páginas, pero reconociendo que les faltará tiempo para atender la totalidad de la obra escogen a su juicio un capítulo u otro. Particularmente, pienso que ningún concepto hace tanto daño a la sociología como el concepto de profundidad. Quienes se interesan por la vida social muchas veces enfrentarán el desafío de que las cosas más destacables ocurren en la superficie, en lo que está más cercano a los ojos. Los dramas más intensos ocurren en esa dimensión escurridiza de lo obvio, de lo que todo el mundo sabe.
El resultado de las 600 páginas, que se redujeron a 100 o 50 para el curso, son notorios anticuerpos. Bourdieu así no sería más que un intelectual francés muy ácido y volado. La otra reacción es una admiración entusiasta y la sensación de que, mientras más uno se acerca a su densidad, más profesional podrá volverse. Lo comprueba al recibir los comentarios del profesor, que lo felicita por su desempeño. Repite entonces sus conceptos y, animado por su talento de comprender lo incomprensible para sus compañeros, observa el mundo como un rey que sabe donde va cada cosa. Entonces habla como si existiese una caverna donde todos nosotros aún nos hallamos, mirando sombras engañosas y excluidos de la luz del único conocimiento que vale la pena. Dice que nada es más urgente que “aplicar” a Bourdieu a nuestra realidad.
Aquí entre nos, ese Bourdieu “suelto” es mucho más simpático que el otro. Iniciar por el lado de sus conferencias y clases es una de las formas más interesantes de acercarse a su trabajo sociológico, porque además de aclarar algunas cuestiones conceptuales se muestra más persuasivo y alerta sobre ciertos malentendidos respecto a su obra. Se cita mucho su concepto de habito, esa cita de manual masticado, pero poco se habla de la situación filosófica de fondo que le da origen, esa preocupación sobre por qué las personas hacen unas cosas y no otras. En general, al estar “suelto”, es decir, sin sentirse presionado por la ocurrencia de una próxima palabra, sino por el rostro y las ideas del otro, se acopla más a los problemas e inquietudes que podría tener uno.
Hay una anécdota en San Marcos muy chistosa. Para uno de los aniversarios de la escuela de sociología se realizó a Bourdieu una invitación, con la finalidad de que pueda ser partícipe de la celebración ofreciendo una conferencia magistral. Respondió que sí. El único detalle es que tenía la agenda muy apretada y amplia, y eso lo mantenía ocupado hasta por lo menos unos años. Poco después, antes de que pudiera llegar ese tan ansiado año, falleció, el 23 de enero de 2002. Nunca pudo venir y pisar el auditorio. Sin duda hubiera sido uno de los eventos sociológicos más interesantes para la universidad. Ojalá alguien le hubiera preguntado, en esa conferencia que nunca pudo darse, lo que se preguntan muchos seguidores de su obra: ¿por qué escribe en “difícil”? Tal vez hubiera respondido, un poco sarcástico y bromista: Porque me da la gana.