La crisis generada por la pandemia de la COVID-19 ocasionó una caída en los ingresos de las personas, luego de que los países en el mundo decretaran cuarentenas estrictas y, en consecuencia, gran parte de la economía se detuviera. Ante ello, surgen interrogantes sobre lo que se debería hacer para salvaguardar el ingreso de las familias y para que estas últimas tengan la posibilidad de satisfacer sus necesidades básicas. Ante este escenario, las transferencias monetarias o estímulos fiscales parecen ser las únicas soluciones inmediatas: darles dinero directamente. Pero ¿son efectivos estos bonos? ¿Cómo afectan nuestras decisiones de consumo en el tiempo? A continuación, estimado lector, veremos los efectos de estos y analizaremos si son una solución viable.
Nuestros ingresos se distribuyen a lo largo de nuestra vida. Cuando nacemos, dado que no podemos generar ingresos por cuenta propia, nuestra vida es “subsidiada” por nuestros padres #ThanksGod. Sin embargo, con el paso del tiempo, llega un momento en que estamos en capacidad de generar nuestro propio dinero mediante nuestro trabajo. Así, estos sostienen nuestro consumo presente y futuro #AhorraEInvierte. Cabe mencionar que las personas consumen sobre la base de lo esperado de sus ingresos futuros. Es por eso, por ejemplo, que uno puede adquirir una deuda hipotecaria o vehicular en el presente, confiando en que podrá pagar el crédito de manera mensual con lo que espera recibir en el futuro. Un bono o estímulo fiscal mediante transferencia monetaria es solo un “shock temporal”, es decir, un evento fortuito que no deberíamos esperar que se repita, por lo que no debería afectar nuestro patrón de consumo #Aparentemente. Si no esperamos que se repita como la última fiesta a la que fuiste, no deberíamos cambiar nuestros hábitos de consumo radicalmente más allá del corto plazo.
Ahora, asumamos que una persona obtiene felicidad utilidad de solo dos actividades: consumo y ocio. Si consideramos las 24 horas del día, al restarle el tiempo destinado al ocio, nos quedará lo destinado al trabajo. Tranquilo, el ocio ya considera el tiempo de sueño. Así, todos los individuos tienen una oferta de trabajo: aquella parte de su tiempo que están dispuestos a ceder a cambio de un salario mensual que les permitirá consumir.
El “precio” del trabajo sería el salario (“w”), mientras que, aparentemente, el ocio no tendría un precio; sin embargo, este sería el costo de oportunidad: cada hora destinada para ello representa una hora menos que el individuo deja de percibir salario “w”. Podría pensarse que esto solo es teórico #LejosDeLaRealidad, pero, si nos detenemos a pensar, el costo de oportunidad de una hora más destinada al ocio también podría verse como una hora menos que tenemos para capacitarnos y generar mayores ingresos futuros por esta mayor adquisición de conocimiento #CapitalHumano.
Imagine ahora que un estímulo fiscal (transferencia de dinero) es provisto a los individuos en la economía. Las personas con este “ingreso extra” podrían sentirse más ricas, con lo cual la valoración por el ocio podría aumentar. Esto se denomina efecto riqueza, lo cual haría que la oferta por trabajo disminuya. Al sentirse con más dinero, las personas valorarían menos el trabajo y, por ende, desearían trabajar menos. Por otra parte, al tener este “extra”, algunas personas podrían pensar que, al sumar su salario por trabajar con este, su riqueza total sería mayor, lo cual “haría más caro” quedarse en casa y destinar el tiempo al ocio, por lo que estas personas podrían querer trabajar más. Esto se llama efecto sustitución.
Ahora bien, lo anterior corresponde a un ingreso constante, es decir, cuando las transferencias se dan varias veces en un determinado periodo de tiempo. Entonces, si el efecto ingreso es mayor que el efecto sustitución, las personas preferirán más el ocio y, por ende, reducirán su oferta de trabajo; caso contrario, desearán trabajar más.
Existe un probable riesgo moral en el Perú que se da cuando el Estado no puede distinguir entre la población a quienes realmente necesitan este “impulso económico” para sobrevivir y aquellos que no lo requieren. Es allí donde, una vez tomada la decisión de entregar los bonos, los que realmente lo necesiten, adquirirán productos de primera necesidad, mientras quienes no, podrían destinar este “dinero caído del cielo” a televisores productos no primarios. Para corregir esto, podría pensarse en algún método que permita identificar a qué se destina el estímulo económico, pero lo cierto es que los costos de llevar a cabo ello son muy elevados.
Como se ha visto, las transferencias monetarias pueden causar un efecto “perverso” y contrario al que esperarían quienes elaboran las políticas públicas. Así, si las personas confían e internalizan en su decisión de consumo que el Gobierno les dará dinero de manera constante, las preferencias por trabajar podrían reducirse y, así, solo se generaría un desequilibrio en el mercado de trabajo. La efectividad de los bonos se da cuando estos salvan a las personas para que estas últimas puedan acceder a necesidades primarias, en un determinado y acotado tiempo, mientras no se pueda generar dinero mediante el trabajo. Es decir, los bonos pueden ser buenos en el muy corto plazo; sin embargo, en el largo plazo, lo que se requiere es proveer de las herramientas necesarias para generar empleo y, así, cada individuo pueda generar ingresos.
Edición: Claudia Barraza