Si pensabas que nuestro parlamento era el único con serios problemas, tengo algo que contarte. El 17 de setiembre se dieron las elecciones para decidir la nueva alineación en la Knesset, también conocido como el Parlamento de Israel, que por cierto debían darse en noviembre, pero por una serie de disputas terminaron dándose esta semana.
La clara hegemonía que había ido manejando Benjamín Netanyahu (líder del partido de centroderecha se vio tambaleante ante distintas acusaciones de corrupción y el no poder haber conseguido una mayoría en su anteriormente bien manejado Parlamento. Naturalmente no faltaron algunos manotazos de ahogado hacia sus pares de izquierda, sus alegaciones de que estos pueden ser mentalmente inestables y otras demostraciones que demuestran la importancia por no poder conformar mayoría en su Congreso. Ni por los propios medios de Likud, ni mediante una coalición de gobierno – la cual hubiese formado con el partido de centroderecha Blanco y Azul de no existir estas alegaciones de corrupción.
Sé lo que se puede pensar, Israel es un país con muchos contrastes sumamente marcados y no es de extrañar que haya riñas internas que dificulten una elección. En parte eso es verdad, pero en estas últimas elecciones se dio algo que no pasaba antes: no se prefirió a nadie. Ningún partido obtuvo una mayoría en el parlamento, lo cual es un buen indicador para pensar que el electorado ya no se deja llevar por un taper y unos stickers le cree necesariamente al 100% a sus autoridades políticas. Y es que el hecho de que un partido necesite de una coalición con Blanco y Azul indica que ninguno fue capaz de conseguir el voto mayoritario para seguir siendo líder, ni la derecha de Netanyahu, ni la izquierda, ni los sionistas, ni la incipiente Joint List de los árabes.
Tal vez estamos ante un declive considerable en la carrera de Netanyahu, uno de los políticos más emblemáticos en la historia de Israel (al igual que su partido). Esto traería consigo otras consecuencias. Estas irían desde los fondos sionistas para Julio Guzmán y Hugox Chugox las relaciones con Estados Unidos, pues Netanyahu simpatiza con este país, hasta las riñas que se tienen entre los judíos ultraortodoxos (judíos extremadamente religiosos), los liberales y la sección parlamentaria árabe.
Lo que sigue es esperar a que todo se asiente, que se dé el hearing o interpelación de Netanyahu y que sea juzgado para tener la seguridad de si este es inocente (y forma su coalición con Blanco y Azul) o si es cupable (y es procesado). No obstante, en detrimento de Likud y Blanco y Azul, los otros partidos podrían tratar de luchar por una posición más relevante en su gobierno. Sin embargo, si esto llegase a fallar, se darían nuevas elecciones a pedido de la Knesset. Oh, y no habría que olvidarnos de una posible crisis dentro del mismo Likud, que merma sobre la ya decaída imagen de Netanyahu y sus allegados.
Finalmente, un orden llegará a Israel, aunque no necesariamente gracias a Netanyahu y su partido. Siendo que este ha ostentado el poder desde comienzos del siglo y que Israel es un país sumamente ortodoxo en cuanto a términos electorales, es importante reconocer que este cambio se puede dar en otros contextos. Quizá inclusive en algunos más caóticos, como el que tenemos en casa. Es decir, la política se basa en conseguir un balance de poderes, pero si es que la persona a cargo de manejar el auto está sentada en el asiento del conductor sin las llaves del vehículo, ¿qué podemos esperar de este recorrido? Habrá que estar atentos a lo que suceda, pues tal vez aprendamos qué hacer en un escenario de crisis como el que estamos viendo hoy al otro lado del mundo.
Edición: Daniela Cáceres