Con la voz del profesor saliendo de los audífonos por casi dos horas (seguro
preferirías meterle maratón de las conferencias de prensa de Vizcarra), al
fin escuchas el tan ansiado “hasta luego, alumnos” y cierras casi al instante
la sesión de Zoom. Te dispones a terminar de ver el capítulo de la serie
de Netflix – que ya habías comenzado aproximadamente a la mitad de la clase – justo
después de fallar la mayoría de las preguntas del Kahoot del tema del
día.
Agarras tu celular y antes de desbloquearlo, lo piensas dos veces. Estos últimos días te has sentido mal cada vez que entras y sales de Instagram, Facebook o Twitter (si es que todavía no caes con el TikTok). La información que circula se ha convertido en un monstruo que por ratos te asusta y confunde. Las redes y tú están hipersensibles. Sin embargo, hay algunas imágenes que te hicieron sentir incómodo antes, en esta semana en particular: los 700 varados en la Carretera Central, esa familia que desalojaron a balazos de su vivienda alquilada o la gente persiguiendo a un camión con canastas para coger lo que podía.
No te sentiste triste, más bien fue una sensación agria, como si esos
sucesos tuviesen un repelente impregnado
al leerlos o verlos. Más entrada la noche, (después de empezar y
terminar ese trabajo del curso en la misma hora de entrega) te pones a
pensar que te has sentido varias veces así antes de la cuarentena: cuando ves
que ningún auto se apiada de un invidente que por ello se demora en cruzar la
pista más de 5 minutos; cuando derramaste un poco de tu jugo en el piso de la universidad
y la persona de mantenimiento después de un “buenos días, señor” se dispone a
limpiarlo; o cuando a la salida de compras del Jockey se te acerca un niño con
una caja de caramelos.
Totalmente independiente de a que sistema político-económico-social te inclines para generar y distribuir riqueza, el sentimiento agrio e incómodo es el mismo. ¿Podría ir más allá de nuestras creencias personales?, ¿podría ir más allá de nuestros constructos sociales?, o más aún ¿podría ir más allá de la especie humana? Por supuesto que sí, y esta última década ha visto el establecimiento y desarrollo de una nueva línea de investigación: la aversión a la inequidad en animales no-humanos.
Los monos ante un trato desigualdad
Es ya bastante famoso el estudio de Brosnan y de Waal, donde monos capuchinos exhibían el siguiente comportamiento: cuando dos sujetos realizaban una misma labor, uno recibía una uva (más jugosa) y el otro recibía un pedazo de pepino (menos jugoso); el segundo sujeto se negaba a seguir participando y rechazaba el premio si veía que el primer sujeto seguía recibiendo las uvas.
Esto demostraba que los monos capuchinos, al igual que los humanos, hacen una medición de la recompensa, en términos comparativos, a las recompensas disponibles, donde también consideran el esfuerzo que han hecho con el de otros individuos. Si bien este comportamiento parece demasiado racional y tan complejo que solo podría encontrarse en el hombre, el Dr. de Waal con un vídeo del experimento, mostró que la reacción de aversión a la recompensa desigual, es casi inmediata.
¿Los animales pueden actuar en favor de otros?
Muchas veces, cuando pensamos en la selección natural a grandes rasgos, solemos usar las palabras “competencia” o “supervivencia” para referirnos y explicar varios fenómenos evolutivos. Es cierto, las especies evolucionan para maximizar la ganancia de recursos del ambiente. Además, para poder evitar que otra especie invada el nicho – el rol y espacio – que le corresponde.
De lo anterior, si es que no somos muy leídos en evolución, podríamos sacar conclusiones algo inexactas: que los individuos de una especie son seres egoístas que utilizan su tiempo y energía para satisfacer solo sus necesidades, evitando que otros satisfagan las suyas. No obstante, parte de laevolución de las especies es llegar a estrategias costo-beneficio balanceadas. Por ejemplo, un ave no va a atacar ferozmente siempre a potenciales enemigos, atacar cuesta energía y puede dañar su salud, es factible que a veces opte por huir. Entonces, las especies no necesariamente adoptan estrategias que maximizan su ganancia material.
Un fenómeno que puede reflejar esto de manera excelente es el altruismo, que en biología se define como el comportamiento de un individuo que favorece la supervivencia de otros individuos de su grupo a costa del propio; un ejemplo claro es el de la suricata: al salir a alimentarse en grupo, una de ellas hace de centinela. Por lo que se expone ante los depredadores, para avisar a sus camaradas del peligro inminente y que puedan huir. Esto tiene una explicación: los grupos animales guardan usualmente relaciones de parentesco – es decir, comparten genes – entonces, si un individuo preserva la vida de sus parientes a costa de la suya, habría valido la pena en el sentido en el que sus genes – que también los poseen sus hermanos y sus hijos – serán transmitidos a otra generación.
Otras especies también rechazan la inequidad
Ahora volvamos a la aversión a la inequidad que, como hemos visto en el caso de los capuchinos, es una estrategia que consiste en rechazar una recompensa repartida de manera diferenciada entre individuos, ¿por qué habría rechazo si es que igual hay ganancia material?, ¿por qué habría rechazo si es que hay inversión de energía para conseguirla? Habría que ver primero lo que sucede en otras especies, para llegar a una idea general y, de este modo, llegar a un sentido evolutivo. Cabe destacar que, en todos los experimentos que veremos a continuación, se usan individuos no emparentados, para descartar el altruismo.
Investigadores de la Universidad de Medicina Veterinaria de Viena observaron que en perros existe una respuesta de aversión a la inequidad. Los perros realizaron un trabajo (dar la pata al experimentador y sentarse a la orden) y se les recompensó con platos de comida separados que variaban en calidad. Se evidenció que, los perros a los que se les daba comida de menor calidad, eran más reacios a seguir con las órdenes y a comer la comida. Incluso, empezaron a prestar más atención a lo que hacían los perros que obtenían una comida de mejor calidad. Algo interesante de este estudio es que determinó que los perros no solo demostraban aversión si la comida era puesta en un mismo plato compartido; incluso si las recompensas eran, en efecto, “separadas”, se podía ver la misma respuesta.
En ratas, también animales sociales, se puede ver una respuesta de aversión que no es propia del individuo “en desventaja”, sino del individuo “favorecido”. A un par de ratas se las pone en un laberinto, pero solo una de ellas tiene acceso a un par de caminos, uno lleva a recompensarse solo a ella, y el otro a recompensar a ambas. Las ratas escogen en su mayoría recompensar a ambas; mientras que su comportamiento se hace más aleatorio en ausencia de un compañero.
En primates como chimpancés, bonobos y hasta los mismos capuchinos se ha observado un fenómeno parecido al de las ratas: ellos prefieren la opción de la recompensa equitativa (ver imagen debajo). Sin embargo, en primates siempre se presenta hay un fenómeno distinto que podría intervenir: que no se trate solo de “aversión a la inequidad”, sino de “reciprocidad”. En otras palabras, después de la actividad o experimento, los primates sin posibilidad de escoger, les “deben el favor” a los que escogieron alimentarlos.
Dos tipos de aversión a la inequidad (IA)
Como hemos podido ver, hay dos tipos de aversión a la inequidad (IA). Uno desde la posición del desfavorecido con la recompensa, es decir, una aversión hacia una recompensa más valiosa para otro compañero, en comparación a la propia cuando se ha hecho el mismo esfuerzo (IA desventajosa). El otro, desde la posición del favorecido, del cual depende el resultado para todos, es decir, una aversión hacia resultados que produzcan una recompensa menos valiosa en comparación con la propia (IA ventajosa).
La hipótesis más difundida acerca de las razones subyacentes a este comportamiento, son de los pioneros en el área, Bresnan y de Waal. Ellos indican que es un mecanismo que asegura el compartir las ganancias y/o recompensas, con el objetivo de mantener cooperación con individuos no emparentados. Entonces, esta aversión es como un detector de situaciones de inequidad, de manera que, evitaría que un individuo sea explotado por otro. Es más, si existiese un explotador, este no tendría más opción que ceder, debido a que sin cooperación no puede llegar a objetivos de forraje y supervivencia. Además, es posible que la “reciprocidad” más que un factor interviniente en la aversión a la inequidad sea algo indivisible.
Sin embargo, existe una serie de teorías que poseen un corte no social para explicar las motivaciones detrás de este comportamiento. El valor que un individuo le da a las recompensas es producto de un juego entre las expectativas sobre ella, la decepción por no obtenerlas, y las referencias en las recompensas de otros, lo que tiene un efecto sobre la aversión a resultados injustos. La expectativa acerca de pagos o recompensas más valiosas, al observar las actividades de individuos “favorecidos”, genera que un individuo vaya a expresar frustración y/o decepción cuando ese trabajo no es recompensado siguiendo lo esperado. Es entonces que, existen puntos de referencia sociales, sobre los cuales los individuos evalúan y actúan con el fin de ser tan beneficiados como otros. Es probable que se piense que estas teorías correspondan a un estudio psicológico humano y sus conclusiones, pero son teorías que se han elucubrado a partir de estudios en modelos no-humanos.
En el caso de los humanos, ¿la necesidad de cooperar generaría que repartamos la recompensa de manera equitativa?, ¿es válido sentirse frustrado o reacio a realizar una labor por la cual uno no va a obtener exactamente el mismo beneficio que el otro individuo?, ¿cómo sería un ejemplo de IA ventajosa? Si bien los estudios de comportamiento animal usan técnicas ya aplicadas en humanos, el hecho de poder ver este tipo de fenómenos, abren un debate necesario e interesante: ¿Acaso nuestras nociones de justicia y equidad son solo una construcción social, política y filosófica?