La fascinación con el true crime, los asesinos en serie y demás criminales parece ir solo en aumento. Numerosas series, podcasts y películas se estrenan frecuentemente para complacer a los aficionados de este género. Mucho se ha debatido sobre de dónde proviene esta curiosidad por saber más acerca de estos individuos: ¿Cuál fue el motivo detrás de sus crímenes? ¿Por qué son capaces de cometer tales atrocidades y no sentir remordimiento? ¿Hubo algún detonante que los hiciera así? Quizás la pregunta que los psicólogos forenses más se hacen acerca de ellos es: ¿Nacen o se hacen?. Responder esto no es tan simple como parece.
Cuando nos preguntamos si nacen o se hacen, recordarán algunos al famoso debate entre nature y nurture (naturaleza vs crianza). Aplicado a la temática de los asesinos, nos referimos a si estos individuos nacieron con la predisposición a ser más violentos que otros (aquí entraría la genética) o fueron producto de su entorno (familia, estilo de crianza, experiencias vividas). Veamos qué dicen las investigaciones.
Jim Fallon, profesor de neurociencia de la universidad de Berkeley, realizó escáneres PET (tomografías por emisión de positrones) a los cerebros de los más famosos asesinos seriales: Ted Bundy, Jeffrey Dahmer, John Wayne Gacy, entre otros. Hizo una comparación con neuroimágenes de personas comunes y corrientes, lo que halló fue una diferencia en el córtex orbital de los cerebros de los asesinos, área relacionada con el procesamiento cognitivo de la toma de decisiones, y un defecto en el gen MAOA de los mismos. Dicho gen cumple un papel en la expresión de la agresión y la violencia y una variación en este puede resultar en personas con problemas de ira, para manejarla, muy agresivos y abusivos.
Este gen se encuentra en el cromosoma X, lo cuál si recordarán, es un cromosoma sexual, el cuál los hombres poseen solo un ejemplar (XY), mientras que las mujeres dos (XX). Cuando una mujer presenta un defecto en el gen MAOA en un solo cromosoma X, el efecto se atenúa pues presenta uno sano, mientras que en los varones no pasa eso. Por esta razón, se podría explicar también el gran número de asesinos seriales hombres en comparación con mujeres.
Claro, no se puede afirmar que por poseer un defecto en dicho gen nos vamos a convertir en asesinos; se caería en una explicación muy simplista. Que un gen se exprese también depende del ambiente. Aquí entra el concepto de trauma y el otro lado del debate: la influencia de la familia y la crianza. Se ha investigado mucho el hecho de que las víctimas de violencia, abuso y maltrato, se convierten posteriormente en los victimarios. Se conoce a los asesinos seriales por su falta de remordimiento y la creencia de que matar a personas inocentes es una conducta normal. Algunos de los rasgos que refuerzan dicha creencia, como la tortura de animales, el abuso en la infancia o problemas en el ámbito psicosexual suelen desarrollarse cuando los niños experimentan sucesos inusualmente traumáticos.
Revisando los casos más conocidos, hubo asesinos que sí tuvieron un evento “detonante”, como en el caso de Ted Bundy al descubrir que su hermana era verdaderamente su madre biológica y quién lo había criado como su madre era realmente su abuela. Sin embargo, tenemos el caso de Jeffrey Dahmer, quién tuvo una infancia libre de abusos y mantuvo una buena relación con su padre, aunque esta fuera distante y vacía emocionalmente. Lo que nos lleva al siguiente hallazgo: la soledad y su efecto perjudicial para las personas con riesgo de comportamientos antisociales, cuando esta se combina con otros factores.
La soledad puede implicar en cualquier individuo un sufrimiento físico y mental insoportable. Se ha teorizado que esta desempeña un papel importante en el desarrollo y la continuación de actitudes y comportamientos violentos. Incluso la propia agresividad o impulsividad podría relacionarse con la soledad, pues interfiere con la habilidad para mantener y crear vínculos con otros. Dahmer declaró que había querido estar con sus víctimas, mantenerlas con él, y describió su miedo a ser abandonado por ellas. Compartía con muchos otros asesinos en serie no sólo una hostilidad profunda y violenta, sino también un profundo miedo al rechazo y una ansia de cercanía humana.
Como se ha revisado, los orígenes de la conducta criminal son muy complejos y el debate entre naturaleza y crianza parece ya quedarse en el pasado. Si bien todavía no se tiene una respuesta clara y cada caso viene con sus particularidades, una combinación de factores neurobiológicos, psicosociales, culturales, étnicos y psicológicos, podrían llevarnos a responder la ansiada pregunta ¿Cómo pudieron llegar a cometer tales atrocidades?
Edición: Eva Azañedo