La obra cinematográfica de Armando Robles Godoy, compuesta por tan solo seis largometrajes y varios cortos, es sin duda una de las más influyentes de nuestra producción nacional. A pesar de no haber sido muy apreciado en su momento en el Perú, fue una de las pocas voces que sí alcanzó el reconocimiento internacional y, en la actualidad, ha tenido una revalorización de su obra por las nuevas generaciones. En este artículo exploraremos su trayectoria, legado y reciente apreciación.
A la llegada de Robles Godoy al cine nacional en 1964, no se podía afirmar que existía una tradición cinematográfica en el Perú. Sin duda, a comienzos de los años sesenta, la escuela de cine cuzqueña ya realizaba producciones con una distintiva idiosincrasia peruana, pero nunca consolidaron una propuesta formal propia.
A diferencia de sus contemporáneos nacionales, Robles Godoy buscaba dialogar con las vanguardias internacionales sobre los aspectos formales del cine, como el montaje, sonido o movimiento, e irrumpir contra las convenciones de la tecnología.
Estados Unidos, el principal productor de películas del mundo, abandonaba el código Hays (sistema de censura en el cine) y producciones de los sesenta y setenta estaban predominantemente marcadas por un rechazo a las narrativas y modos convencionales del momento. Mientras tanto, la nueva ola francesa proponía que el cine era un arte y el director un artista, por lo que las producciones buscaban crear un lenguaje audiovisual que se alejara de otras artes como la literatura, el teatro o la música.
Al igual que ellos y a pesar de contar con estudios en literatura previo a su incursión en dirección, Robles Godoy siempre estuvo preocupado por la búsqueda de ese lenguaje audiovisual único para el cine. En su obra resulta evidente el uso de recursos narrativos atemporales, especialmente la elipsis, y cortes hilados por la emoción en vez de la secuencia. También, cabe notar un gran manejo fluido y lúdico del movimiento, tanto interno como externo, en contraposición con el sonido y la música. Su narración suele ser primordialmente visual y poética con escaso diálogo verbal y gran parte del desarrollo temático está compuesto por metáforas y símbolos.
Inspirados en sus experiencias personales viviendo en la selva peruana surgen sus primeros tres largometrajes: Ganarás el pan (1964), una cinta perdida en la cual un joven viaja por el Perú y conoce a su pueblo como condición para recibir una herencia; En la selva no hay estrellas (1967), que relata la travesía por la jungla de un limeño en búsqueda de un tesoro; y La muralla verde (1970), obra que presenta una mirada a la burocracia a través de las políticas colonizadoras del gobierno de Belaúnde en Tingo María.
A continuación, realizó Espejismo (1972), una obra maestra que relata la historia de dos niños en Ica. Uno de ellos recibe como herencia una casona y quiere descubrir sus secretos; mientras que el otro debe mudarse con su familia a Comas, donde buscará cumplir su sueño de ser futbolista.
Su quinto filme, Sonata soledad (1987), es su obra más personal. Dividido en tres secciones, como los tres movimientos de la sonata, explora el pasado, presente y futuro del director a través de imágenes poéticas e historias cargadas de metáforas.
Su última película fue también la única grabada en digital, Imposible amor (2003). En esta obra, colaboró con un gran elenco de actores para hilar diferentes historias entrelazadas que culminan en una catarsis musical.
Hoy por hoy, la producción nacional es de mucho mayor escala y el espectador peruano consume más contenido digital que nunca. Esto tal vez explica la reciente revalorización de Robles Godoy, un cineasta que no solo abogó fuertemente por una educación audiovisual formal, sino que experimentó con sus límites y, por ello, demanda de su espectador una atención más dedicada.
Excelente!! Felicitaciones querido Attilio!!