El hombre murciélago es un personaje tan oscuro como inclasificable. Desde su primera aparición en las historietas y su paso por innumerables adaptaciones en el cine, tanto el hombre de la máscara como Bruce Wayne nos han intrigando con una historia que parece casi inagotable. Pero, ¿Cuáles son los verdaderos ideales de su heroísmo? ¿Héroe o villano? Lo cierto es que Batman es un auténtico retrato de la justicia en la actualidad —que no contento con el funcionamiento de las autoridades judiciales—, hace uso de sus propios métodos para lograr cierta tranquilidad en la sociedad. En cierto modo ejerce la justicia por mano propia, y en muchas veces sin seguir lo establecido por la ley se hace de una justicia como ideal. Bruce Wayne, mucho antes de que se convirtiera en el enmascarado nocturno de ciudad Gótica, cursó sus estudios en la Universidad de Yale; —y es muy seguro que en sus primeros años universitarios entre libros de biblioteca—, haya descubierto a pensadores fundamentales que moldearían su pensamiento sobre la justicia, el bien y el mal.
En una de últimas las historietas más logradas sobre el hombre murciélago, “Silencio” (2002), Batman coincide en varias ocasiones con Superman. En cierto punto de la historia, el hombre de acero está bajo la manipulación de un poder maligno, que le impide usar la fuerza y la razón para combatir el mal. Sin embargo, Batman, a sabiendas de la inferioridad de fuerza y poderes de Superman, decide poner en plan un hecho muy aristotélico: hace ver a Superman que él no es esa fuerza maligna y misteriosa que lo domina, y que detrás de toda destrucción, se encuentra un tímido Clark Kent que sabe distinguir muy bien entre el bien y el mal. Las palabras del hombre murciélago hacen reaccionar a Superman, y, por más que Batman no aplique nunca tal idea filosófica en su propio actuar, él mismo es un ejemplo aristotélico en el cual el hombre (o el enmascarado) supera todo tipo de moral para alcanzar sus ideales.
Sin embargo, y quizá lo más relevante del encuentro con Superman, Batman reconoce en historietas posteriores, que muchas veces se ve doblegado por impulsos irracionales, los cuales siempre lo conducen a la ira, tal como lo que denomina Aristóteles como “thimos”. En la misma historieta, cuando tiene a uno de los villanos a sus pies, Batman afirma: “Esta noche morirás en mis manos, no hay escapatoria. No hay nada que pueda hacerte, que no haya causado la misma agonía que ha infligido a otros”. Y cuando es detenido por el comisario Gordon, antes de dar muerte al villano, Batman confiesa: “Hice la promesa frente a la tumba de mis padres, de librar esta ciudad del mal que les arrebató la vida. Esta noche, casi me convierto en parte de este mal”.
Alguien que hay leído tal historieta o “Ética a Nicómaco” de Aristóteles, se le presentan preguntas casi por naturaleza propia: ¿tenemos siempre la posibilidad de recordar, en los momentos más complicados de nuestra vida, la inteligencia que somos? ¿acaso esa inteligencia es la que nos define como hombre, o es solo parte de nuestra alma, “psique”? ¿por qué casi siempre prevalece lo irracional frente a lo racional? Y quizá lo más importante, ¿cómo es el tránsito entre ambos extremos? El ser humano, para Aristóteles, presenta un conflicto de animalidad (nuestra parte mortal) e inteligencia (la parte inmortal en cada uno) que cada individuo va a resolver a lo largo de su vida.
Jean-Paul Sartre, pensador comprometido con la libertad del individuo, plantea el carácter de la elección: siempre se puede elegir hacer otra cosa. Para el pensador francés, en cualquier situación de la vida existe una posible alternativa que nos permita realizar nuestras propias acciones de acuerdo con nuestros ideales propios. En el caso de Batman, ¿matar a un villano y convertirse en un asesino? O ¿dejar que la justicia de Gotham le imponga una pena racional a los que hacen el mal en la sociedad? Para ello, Sartre señala, que somos nosotros quienes, en el libre ejercicio de nuestra capacidad de elección, decidimos si algo merece la pena o no, y no es el mundo que nos rodea el que tiene la última palabra. Lo que Sartre propone es el poder de la destrucción de lo inamovible, es decir, negar el poder del mundo para poder decidir por nosotros, pues está en nuestras manos poner a juicio cualquier suceso ya acontecido.
La situación es mía, porque es la imagen de mi libre elección de mí mismo y todo cuando ella presenta en mío porque me representa y simboliza.
“El ser y la nada“, Jean-Paul Sartre.
En definitiva, para Sartre, cada instante podemos decidir qué es lo que somos y qué tipo de persona estamos dispuesto a ser. Nuestro destino —señala el pensador— no se encuentra en manos de ningún poder absoluto, sino en las nuestras. En tal sentido, Batman actúa con libertad, pues no existe valor alguno que oriente su conducta de justiciero en Ciudad Gótica. Del mismo modo, es el responsable de sus propias pasiones, las cuales logran justificar sus acciones, eso a lo que Sartre denomina como “conductas mágicas” del comportamiento humano. La vida de Bruce Wayne y la de Batman cobran sentido porque ambos caracteres presentan los mismos miedos e ideales: que el caos desaparezca de Ciudad Gótica, y que la justicia domine las acciones de todo hombre.
Edición: Paolo Pro