No te preocupes si no entiendes el título. En este artículo descubriremos juntos el significado de esta palabra y su aplicación para el Perú. Pero antes… una reflexión del “Orejas” Flores que generó comentarios la semana pasada y que se vincula muy bien con el tema.
“En el Perú se da más la discriminación por la clase, se le ponen muchos apelativos a la gente, muchas veces, por el clasismo que se da contra los indígenas. Las clases altas creen que pueden decir y hacer lo que quieran, pero eso debe acabar”
¿Qué tiene que ver la aporofobia con las declaraciones de Flores y la realidad de nuestro país?
El 2017 la palabra del año fue aporofobia (#DatoCurioso: en 2014 la palabra del año fue selfie) y esta significa el miedo, la aversión y el rechazo (“fobia”) a las personas sin recursos (“aporos”). La palabra fue planteada por la filósofa española Adela Cortina, quien a raíz de las crisis por migrantes y refugiados, se preguntaba qué es lo que generaba el rechazo a estas personas: no es que sean del extranjero (a los turistas se los trata muy bien), sino que se los rechaza por el hecho que no tienen recursos, es decir, que son pobres. No es xenofobia, es aporofobia.
Es interesante aplicar los argumentos de Adela para la realidad peruana. Ella plantea que el rechazo al pobre se basa en un pensamiento (consciente o inconsciente) de que los pobres traen problemas y “contaminan” la ciudad. No importan las razones, se los culpa, y con ello se les niega oportunidades, alimentando un círculo vicioso que excluye y discrimina.
Esto es importante para el Perú, pues somos un país que sigue experimentando una gran migración interna, como refleja el censo del 2017 (se mantiene la caída de la población de la sierra rural comparada con la costa urbana). Además, la pobreza urbana no ha sido bien enfrentada y existe una población excluida muy cerca de nosotros.
Al leer el libro de Adela, pensaba en la sociedad arequipeña, en la cual crecí, y que puede ser muy aporofóbica. Culpar a los migrantes –se dice que provenientes de Puno– de los problemas de la ciudad, es una salida fácil pero equivocada. Esta segmentación de las personas en “buenas” y “malas”, o “limpias” y “sucias”, tan ligada a los recursos económicos con los cuales cuentan, es muy dañina (porque al final no importa de dónde vienen, lo que interesa es que tienen menos recursos y, por tanto, un estilo de vida distinto que “molesta” y “contamina”). No interesa las razones detrás o la falta de oportunidades. De este modo se crean barreras invisibles entre los grupos, y una supuesta incompatibilidad que impide cualquier intento de unidad y desarrollo concertado.
Debemos recordar que la pobreza, como plantea Amartya Sen, puede ser entendida como la falta de libertad para desarrollar plenamente capacidades que permitan alcanzar un nivel de bienestar óptimo. La población que migra a una ciudad por necesidad, es generalmente pobre y no goza de esta libertad. Esto genera que, como estas personas no tienen mucho qué ofrecer para nuestro beneficio, la respuesta sea marginarlos; o, incluso peor, verlos desde arriba como sujetos que requieren de nuestra “solidaridad” mientras se mantengan distantes.
Así, tenemos una sociedad fragmentada, y como decía el #Orejas, con una discriminación por clases sociales. Al final no importa si eres migrante, lo que interesaría es si tienes plata (¿la plata blanquea?). Lo curioso es que la clase alta, al verlo como natural, no se da cuenta del daño que se puede generar. Es una discriminación diaria, pero invisible.
Nos indignamos con la crisis en la frontera de México y Estados Unidos, y muchos nos solidarizamos con los venezolanos que salen de su país por necesidad (¡y está excelente que así sea!), pero es importante también ser críticos con nosotros mismos. El Perú es un país con diferencias muy grandes entre los que más y menos tienen: diferencias que llevan a comportamientos de rechazo y exclusión. Queremos un país con igualdad de oportunidades para todos, pero nos cuesta acercarnos y entender realidades distintas a la nuestra. Arrastramos heridas y miedos del pasado. En este siglo XXI es urgente combatir todas las “fobias” que nos paralizan.