La Amazonía, constantemente azotada por algunos intereses económicos y mucho desinterés popular.
Es difícil desentramar la historia de la vida humana y sus problemas en el bosque amazónico. La Amazonía, poblada por cientos de pueblos indígenas que hablan cada cual una lengua diferente y ven el mundo con ojos distintos, ha sido siempre un gran misterio para los forasteros. Se cuenta que los incas temían su frondosidad infranqueable, pero les fue útil como despeñadero de conquistadores codiciosos que buscaban, tal vez engañados, la riquísima ciudad perdida de Paititi. Han pasado cerca de 500 años desde el inicio de esa búsqueda, pero no es la única razón por la que se ha atravesado el pulmón vegetal del mundo. La selva tropical también atrajo intereses económicos por productos como el caucho, el sangriento recurso explotado con esclavitud y brutalidad durante el primer siglo de la república peruana, hace menos de 200 años. La atroz explotación de los indígenas les causó la muerte a 9 de cada 10 indios amazónicos de las zonas más afectadas de la selva occidental, en un genocidio recordado como el infierno de Putumayo.
Actualmente, la Amazonía sigue siendo sangrada; aunque gracias a los polímeros sintéticos que reemplazan el caucho, ya no sangran solo los tallos de shiringa. Ahora el sangrado de la amazonía se lo debemos a los problemas que se amontonan uno detrás de otro, no solo en la selva peruana. La lista de problemas está cargada de conflictos ambientales y sociales que se entrelazan formando una madeja de problemas inseparables. En el caso de Perú, estos problemas son principalmente atribuidos a la falta de presencia del Estado: la centralización egoísta que solo acude a sus minorías durante las campañas políticas y toma medidas bajo la mesa para debilitar la regulación de sus intereses (vea como ejemplo el caso de Osinfor).
Pese a que Perú juega un rol crucial y es un ejemplo de pésima regulación y fiscalización de la explotación amazónica, la coyuntura internacional da un mayor protagonismo a Brasil, con justa razón. El gigante megadiverso posee en su territorio casi 7 veces más hectáreas de bosque amazónico que Perú; razón por la cual Brasil hospeda, entre plantas y animales, más de 20 000 especies identificadas como endémicas (es decir, únicamente presentes en Brasil). Además, pierde anualmente casi 3 millones y medio de hectáreas de bosque primario; por lo que consagra su relevancia en la conservación del bosque tropical amazónico. Si se deterioraran irreparablemente sus ecosistemas más icónicos, la biodiversidad perdida sería completamente irrecuperable.
En Brasil, el problema incrementó por la elección de Jair Bolsonaro, el presidente brasileño desde el año pasado. Su postura frente a la problemática medioambiental es negacionista, algo popular entre los líderes de extrema derecha a nivel mundial. Planteó retirarse de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, promete activar la explotación agrícola del territorio protegido legalmente por reservas indígenas quitándole potestades a la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), y pretende fusionar el ministerio de ambiente con el de agricultura. Para muchos analistas no hay duda: la postura del nuevo presidente brasileño contribuye con el problema en vez de buscarle una solución.
En los pocos meses que van del año, su promoción del desarrollo a toda costa ha azuzado a docenas de agricultores y ganaderos, quienes han invadido tierras indígenas protegidas amenazando con prender en llamas las comunidades de indios amazónicos para convertir sus tierras en terrenos de explotación agropecuaria. Bolsonaro también promueve la disminución de fondos y la pérdida de potestades legales de los principales organismos de regulación medioambiental, como el Ministerio de Ambiente brasileño, la Agencia de Protección Forestal (IBAMA), o la FUNAI. Sus planes incluyen la disminución de las áreas protegidas por reservas legales en casi 15 millones de hectáreas para facilitarle tierras a la explotación agroeconómica y favorecer iniciativas mineras o de construcción de presas hidroeléctricas privadas.
La Amazonía no tendrá tregua bajo la administración de Bolsonaro. Sería necesario que la oposición popular a su cruzada antiecológica sea más fuerte que la esperanza generada por sus promesas de trabajo para todos; pero la dificultad de este cambio es enorme por la recesión económica que viven los brasileños desde 2015. Este escenario geopolítico no nos deja mucha esperanza, como todos los escenarios que auguran un triste futuro para la vida a nivel mundial.
¿Indignado porque el panda de la WWF no nos pudo salvar? ¿Esperabas que las 10 luquitas que nunca le donaste a Greenpeace evitaran la deforestación de la selva tropical? Lo siento, pero tus empaques eco-friendly de starbucks solo son una trafa marketera que no consigue ni busca ningún cambio real; dejar de usar cañitas es estúpido si sigues regando paquetes de galletas vacíos por el mundo; y todas las cosas ricas empacadas (p. ej. la nutella) utilizan aceite de palma, una de las principales causas de deforestación.
Las buenas intenciones no consiguen mucho por sí solas. Convierte tu indignación en algo útil: Viaja, ayuda, conoce y divulga. Participa en la protección de nuestras Áreas Naturales Protegidas, apoya iniciativas de reforestación, ayuda a mantener limpios los biomas que tienes más cerca, o dale tu plata a alguien que sí hará algo bueno con ella. Por último, toma medidas medioconformistas prácticas contra la deforestación, pero ten la iniciativa de hacer algo útil para ti, para todos nosotros, y para las siguientes generaciones.
Haz algo por detenerlo
Edición – Sofía Flores Dávila