Del fenómeno de la modernidad no se libra nadie; ni la política, ni la religión, ni la ciencia. La modernidad ha alterado nuestro mundo y a nosotros mismos, pues sin ella no nos concebiríamos como lo hacemos. ¿Pero cómo es que este era ha marcado el segundo a segundo de nuestro mundo y de quiénes somos?

Nuestra pérdida de fe es un primer indicador. Nos sentimos tan astutos de haber “superado” esa era primitiva de las religiones que no nos damos cuenta de que la ciencia simplemente es una religion más. Dios ha muerto y la modernidad lo ha matado. Ya no vamos a templos en búsqueda de respuestas sino que la verdad se encuentra en un laboratorio. El hombre ve un cerro y ya no ve nada sagrado, simplemente es un montículo de tierra. Ya no existen revelaciones ni milagros sino solo pruebas empíricas. ¡Gracias razón mía! Por haberme hecho tan astuta como para haber superado ese discurso ridículo del Dios todopoderoso.

La muerte de Dios ya anunciada en la icónica portada de abril de 1966 de la revista Time

Y como ya no hay Dios, entonces no hay límites que nos detengan. La historia ya no es cíclica (como la entendían nuestros ancestros), sino que tiene la forma de una flecha que apunta hacia un futuro perfecto. ¡Progreso muchachos! La esperanza de vivir en un mundo creado por Walt Disney nunca se pierde.

Y como no hay límites, entonces ni la familia ni la tradición pueden detenerme. Yo escojo con quién me caso, dónde trabajo y qué género ser, pues solo así puedo ser libre y, por lo tanto, mi verdadero ser. Por eso me mudo a la ciudad, donde las luces de los rascacielos brillan más que las estrellas, pues ahí tengo al mundo a mis pies. Ya no le agradezco a Dios por la salida del sol, sino a la ciencia por el acceso al internet. Qué pena que mis antepasados hayan tenido que vivir en el campo cultivando un solo tipo de tomate, si cuando yo voy al supermercado tengo hasta para escoger, no hay geografía que me detenga.

El perfectamente iluminado y abastecido pasillo de un supermercado

Todo esto me va a dar tiempo para poder construir mi propia individualidad, ejercitar mis talentos únicos y encontrarme a mí misma. Tengo que amar mi trabajo porque es parte esencial de quién soy, y obviamente tengo que distinguirme de los demás. Ser ordinario es de mediocres. Mi destino no depende de los dioses, sino de mí, así que tengo que descubrir y construir mi autentico “yo”. Con mi ropa, con mi perfil de Instagram, con mi iPhone 20, con mi carrera y con mi trabajo. Y sí, tal vez sea un alto precio este que esté pagando por mi identidad. Pero antes muerta que responder desempleada cuando me pregunten qué hago.

Pero oe ya, dejando el sarcasmo de lado, tal vez si comprendemos qué es este fenómeno que nos pide ser perfectos, que nos causa tanta angustia, podamos sanarnos.